Lucy corre por el pasillo, el corazón golpeándole el pecho con tanta fuerza que parece que va a desgarrarle las costillas.
Cada paso resuena en el silencio del hospital, sus zapatillas deslizan en el suelo encerado y frío, pero no se detiene.
Siente que si se detiene aunque sea un segundo, el mundo entero se desmoronará a su alrededor.
El olor a desinfectante se mezcla con el aroma metálico de la sangre, aún presente en su memoria desde la ambulancia.
Aprieta los puños mientras corre. Cada puerta que pasa es una eternidad más lejos del momento en que lo verá.
Cada número en las placas metálicas es una tortura que le recuerda que Sawyer está en la cuerda floja entre la vida y la muerte.
Cuando finalmente llega a la habitación indicada, sus pulmones queman.
Se detiene en seco en el marco de la puerta, la respiración entrecortada.
Sus manos tiemblan. El aire parece más pesado allí dentro, como si cada molécula estuviera cargada de tensión.
El sonido de las máquinas monitoreando si