Sawyer besa a Lucy con una intensidad que le eriza la piel entera.
Todavía están desnudos, la luz tenue del amanecer filtrándose entre las cortinas apenas ilumina sus cuerpos.
Él no puede apartar los ojos de ella; con su dedo índice dibuja un camino lento, tentador, que comienza en la clavícula, baja por el centro del pecho y desciende sin prisa hasta rozar la entrada húmeda y sensible de su sexo.
El cuerpo de Lucy se arquea con un estremecimiento inevitable.
—Te dije que no había terminado contigo… —susurra él, la voz cargada de deseo oscuro—. Eso fue solo el comienzo.
Ella lo mira, la respiración entrecortada, con los ojos que arden de necesidad.
Se siente completamente vulnerable bajo su mirada, y al mismo tiempo poderosa, porque sabe que Sawyer pierde la cabeza con solo mirarla.
Él se inclina y la besa despacio, explorándola como si no la conociera, como si cada vez fuera la primera.
Lucy gime contra sus labios, su cuerpo se abre instintivamente para recibirlo