Unos meses después, la casa de Sawyer se siente más cálida que nunca.
La enorme sala, con ventanales que dejan entrar la luz del atardecer, está tranquila, pero la tensión sexual entre ellos es casi tangible.
Lucy está de pie frente a él, y Sawyer sostiene el frasco de crema en sus manos.
—Sawyer, justo ahí —le dice Lucy, señalando la cicatriz de su apendicitis.
—Así está bien? —pregunta él, atento.
—Sí, solo recuerda que no tienes que ser tan delicado conmigo.
Sawyer deja la crema sobre sus dedos y comienza a extenderla suavemente sobre la piel de Lucy, recorriendo la cicatriz con un toque firme pero cuidadoso.
Sus ojos no se apartan de ella; la manera en que su cuerpo se mueve, incluso con la barriga ya visible del embarazo, lo pone más que nervioso.
—Puedo pensar en varias ocasiones en las que no he sido nada delicado contigo —dice con un brillo de complicidad en los ojos.
—En serio? No lo recuerdo —responde ella, divertida pero con un leve rubor en las mejillas.
Sawyer da un pa