Sawyer Campbell se queda de pie frente al escritorio de Lucy, sin pestañear.
Sus manos tiemblan ligeramente mientras sostiene los papeles que ella acaba de entregarle.
Sus ojos recorren una y otra vez las cifras, los sellos, las fechas, como si en algún punto del recorrido fueran a revelar un error, un detalle que demuestre que esto es un malentendido.
Pero no lo hay.
Todo lo que ve son pruebas que lo señalan directamente a él: movimientos de dinero a su nombre, una cuenta bancaria en un paraíso fiscal, transferencias con fechas que coinciden con las subvenciones que el hospital ha recibido en los últimos meses.
—No… —su voz apenas es un susurro. Vuelve a pasar la hoja, luego otra vez, como si la repetición fuera a cambiar el resultado—. No puede ser.
La angustia le recorre el pecho como un golpe de frío.
Durante un segundo siente que le falta el aire. Se deja caer en la silla y se pasa una mano por el cabello.
Miles de preguntas lo golpean al mismo tiempo: ¿Cómo es posible? ¿Quié