La lluvia cae con fuerza sobre el techo de la casa, cada gota golpeando los ventanales como un tambor suave y constante.
Afuera, el viento juega con las ramas de los árboles, doblándolas apenas, y el cielo nocturno parece encendido por los destellos esporádicos de los relámpagos.
Dentro, sin embargo, todo es cálido y sereno.
La casa de Sawyer se siente viva. En el aire flota el aroma a mantequilla, ajo y hierbas frescas, y el sonido del cuchillo golpeando la tabla de cortar resuena en la cocina como un ritmo familiar.
Lucy baja las escaleras en silencio, descalza, su cabello suelto cayéndole sobre los hombros.
Acaba de acostar a Poppy, y el sonido de la lluvia parece arrullarla a ella también.
Pero cuando cruza el marco de la cocina y lo ve ahí, la escena la detiene.
Sawyer está de espaldas, con las mangas arremangadas y el delantal atado de manera torpe, cocinando como si fuera un chef de película.
Se mueve con soltura, aunque de vez en cuando comete un pequeño error que la hace