El aire en el pasillo del hospital parece cargado de electricidad.
Cada respiración se siente pesada, como si todos los presentes entendieran que están a punto de presenciar el desenlace de algo que llevaba demasiado tiempo gestándose.
Lucy se encuentra a un lado de Sawyer, y aunque intenta mantener la calma, sus manos tiemblan levemente.
Sabe que, después de todo lo que han pasado, esto no es solo justicia: es una liberación.
La mirada de Sawyer, sin embargo, es otra historia.
Su semblante sereno, el mentón alzado, los hombros tensos. No es el doctor amable ni el hombre que ríe con su sobrina.
Es el Verdugo.
—De hecho, oficial —dice Sawyer con voz grave, sin rastro de duda—, puedo brindarle ahora mismo una prueba contundente que incrimina a Kenneth.
El murmullo que recorre a los presentes se apaga de inmediato.
El guardia de seguridad, un hombre de porte firme, lo observa con escepticismo, pero también con un leve interés.
—Eso estaría genial, doctor Campbell —responde, cruzándo