Una hora después, el coche se detuvo frente a la antigua mansión de la familia Carter.
Dominic bajó y se dirigió hacia la casa, preguntándole al mayordomo mientras avanzaba:—¿Cómo está la situación en casa?
El viejo mayordomo lo siguió respetuosamente y respondió:—La señora mayor ha ido a rezar. La señora Carter casi no sale, pero hace unos días llegaron unas orquídeas que le han encantado. La señorita Carter ha salido a un banquete y el joven amo está arriba.
—Ajá —contestó Dominic con frialdad, indicando que había entendido.
La mansión de los Carter era enorme, con varios edificios y un jardín, pero según el mayordomo, apenas vivía gente dentro y el ambiente parecía ir en decadencia.
Los zapatos negros de piel hechos a mano de Dominic pisaban la alfombra de seda dorada mientras avanzaba. Su rostro firme y noble irradiaba una presión imponente, sin dejar entrever emoción alguna. Con los labios finos apretados, todo su cuerpo desprendía un aura dominante.
Todos los sirvientes, sin exc