La reja de hierro se abrió con un chirrido, y Enzo alzó la vista para encontrarse con el rostro de Alessia, aún limpio y sereno, exactamente igual que antes de entrar al patio.
La única diferencia era que ahora sostenía un palo de madera manchado de sangre.
—Hola, señorita La Rosa —dijo Enzo, apartando la mirada del palo y saludando con la mano de manera un tanto forzada.
Alessia se hizo a un lado, sin mostrar expresión alguna, indicándole con un gesto que pasara.
El rostro de Enzo se ensombreció al instante y soltó una risa incómoda.
—Eh… quizá sea mejor que no entre después de todo.
Alessia no dijo nada, simplemente lo miró.
Eso lo puso en evidencia. Finalmente bajó la cabeza, pero aun así terminó entrando.
En cuanto cruzó el umbral, la escena del patio se desplegó ante sus ojos.
Bajo la luz, el viejo patio estaba hecho un desastre: más de veinte hombres yacían en el suelo, incapaces de levantarse, con los rostros y cuerpos cubiertos de heridas.
El único que permanecía ileso era Nol