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Dominic terminó de hablar con el ceño serio, pero, tras esperar un buen rato, no escuchó ninguna respuesta de Alessia. Carraspeó, pensando que ella estaba molesta, y empezó a sermonearla.

—Alessia, en cada familia hay reglas. En la familia Carter existe la norma de estar en casa antes de las once. Si piensas que es demasiado estricto llegar a esa hora todas las noches, puedes avisarme con antelación si tienes otros planes.

Al terminar, seguía sin recibir respuesta.

El gesto de Dominic se volvió aún más incómodo, la ira asomando en su mirada. Giró la cabeza y dijo:

—Alessia, no exageres…

¿Qué fue lo que vio?

La frase quedó atascada en su garganta.

En ese momento, Alessia, de algún modo, ya había inclinado la cabeza y se había quedado dormida.

Dormida se veía especialmente dócil; sus largas pestañas proyectaban sombras en su rostro, como alas de mariposa.

Su nariz recta, el leve movimiento de sus fosas nasales y, quizá, el ligero maquillaje de aquella noche hacían que sus labios luciera
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