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—Señorita La Rosa, esto es un hospital. Si hay un problema, busque a un médico. ¡Usted no puede intervenir! —Sisca fingió aconsejarla, alargando la mano para apartar a Alessia.

Pero antes de que pudiera rozarla, Alessia ya había visto a través de sus intenciones. Alzó la mirada y la fulminó con una mirada cortante.

Ese filo en sus ojos era como cuchillas invisibles de hielo, que se clavaron en el corazón de Sisca con un escalofrío.

Tomada por sorpresa, Sisca se asustó y tropezó, cayendo sentada en el suelo.

Por fin, alguien reparó en el alboroto, y la gente comenzó a arremolinarse.

—¿Qué le ha pasado a esta señora? —preguntó una enfermera, acercándose.

Alessia, de rodillas, no levantó la cabeza. Continuó sus maniobras con calma metódica, dando instrucciones.

—Tras un examen preliminar, parece que la paciente sufrió un paro cardíaco de origen psicológico. Vaya a buscar refuerzos y prepárense para trasladarla al quirófano.

La enfermera, al ver la sangre en el suelo, se había puesto nerv
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