Siento el hilo de su saliva deslizarse entre mis nalgas mientras su dedo entra y sale de mí.
El dolor se mezcla con el placer que me produce su lengua, que me abre y rodea mi clítoris sin parar.
Siento la oleada del clímax alzarse sobre mí. Mis pezones están tan duros que me duelen y mis nudillos blancos de aferrarme al poste con fuerza.
Exploto sin previo aviso, con el nombre de Alexander retenido en mi garganta y mis piernas temblando como si carecieran de huesos.
La humedad empapa mis muslos y tengo que inclinarme casi hasta el suelo para no caer de bruces.
Cuando recupero la respiración, me atrevo a lanzar una ojeada por encima del hombro y lo veo con los labios hinchados, cubierto de mis fluidos y con una sonrisa triunfal tatuada en la cara.
Planto un pie sobre su pecho cuando se dispone a abalanzarse sobre mí.
Me sujeta por el tobillo y me da un beso casto en la piel sensible.
La picardía y el desafío se reflejan en sus preciosos ojos azules que ahora están oscurecidos c