Siento el hilo de su saliva deslizarse entre mis nalgas mientras su dedo entra y sale de mí. El dolor se mezcla con el placer que me produce su lengua, que me abre y rodea mi clítoris sin parar. Siento la oleada del clímax alzarse sobre mí. Mis pezones están tan duros que me duelen y mis nudillos blancos de aferrarme al poste con fuerza. Exploto sin previo aviso, con el nombre de Alexander retenido en mi garganta y mis piernas temblando como si carecieran de huesos. La humedad empapa mis muslos y tengo que inclinarme casi hasta el suelo para no caer de bruces. Cuando recupero la respiración, me atrevo a lanzar una ojeada por encima del hombro y lo veo con los labios hinchados, cubierto de mis fluidos y con una sonrisa triunfal tatuada en la cara. Planto un pie sobre su pecho cuando se dispone a abalanzarse sobre mí. Me sujeta por el tobillo y me da un beso casto en la piel sensible.La picardía y el desafío se reflejan en sus preciosos ojos azules que ahora están oscurecidos c
El sol de la tarde se filtraba entre las enormes cristaleras del edificio, tiñendo todo de un tono ámbar cálido. Valentina salió del ascensor cargada hasta el límite, equilibrando torpemente varias carpetas gruesas, su bolso y una botella de agua medio abierta que amenazaba con derramarse en cualquier momento. Sus zapatos hacían eco contra el suelo de mármol, y un mechón rebelde se deslizó sobre su frente perlada de sudor.«Perfecto, qué imagen más elegante», pensó con sarcasmo, ajustándose el bolso al hombro.No pidió ayuda. No era su estilo. Siempre había preferido resolver sola sus problemas, cargar su propio peso, literal y metafóricamente.Por eso casi se sobresaltó cuando una mano firme, cálida, le arrebató las carpetas de un tirón preciso.—Te vas a desarmar en cualquier momento —murmuró Henry, caminando ahora a su lado, como si fuera lo más natural del mundo.Valentina abrió la boca para protestar, pero se contuvo.Henry no la miraba. Caminaba concentrado, sujetando las carp
La copa de vino tintinea suavemente contra el cristal de la mesa cuando Camille la deja caer allí, un poco más brusca de lo necesario.Camille siempre disfrutó de una buena copa de vino, pero, últimamente, está bebiendo mucho más de lo que acostumbra. El estrés y la preocupación constantes están jugando en su contra y ella ni siquiera se ha dado cuenta La habitación está en penumbras. Solo la luz del atardecer, filtrándose entre las pesadas cortinas, pinta la estancia de tonos anaranjados y rojos. Ella se pasea de un lado a otro, descalza, con el vestido de seda rozándole las piernas como una caricia molesta.Su mente hierve.Alexander no contesta sus llamadas. No responde sus mensajes. Y aunque ha intentado convencerse de que solo está ocupado, una parte más oscura y venenosa dentro de ella sabe la verdad.Él se está alejando.Y no hacia cualquier lugar. No.Se está alejando hacia Isabella.—Maldita zorra —escupe en voz baja, arrojando la copa vacía a la chimenea. El cristal estalla
Camille camina de un lado a otro frente a la enorme chimenea, las fotografías extendidas sobre la cama detrás de ella, como si cada imagen fuera un clavo ardiendo en su espalda. Su mente trabaja a toda velocidad, hilando posibilidades, riesgos, oportunidades. No basta con separarlos. No basta con hacerla sufrir. Tiene que destruirla. Destruir la imagen que Alexander tiene de Isabella. Destruir la idea de una familia perfecta. Destruir la confianza. Con movimientos precisos, toma su teléfono y marca otro número. Esta vez no son sus contactos legales. No son sus aliados de siempre. Esta vez recurre a alguien de su pasado. Alguien que sabe cómo ensuciarse las manos… sin dejar rastro. Alguien quien ella sabe que no le fallará como todos los demás, porque esa persona busca tanta venganza como ella. La voz que responde al otro lado suena fría, áspera. —Necesito que encuentres todo lo que puedas sobre una mujer —dice Camille sin preámbulos—. Isabella Reyes. Un susurro, una afir
Después de una semana intensa y repleta de amor para Alexander e Isabella, la burbuja explota.Es viernes en la noche. Ha llegado el momento más esperado de la temporada para la empresa Blackwood, la gala benéfica para apoyar a los niños de casas de acogidas.La gala está en pleno auge. La luz dorada de los candelabros tiembla en las copas de cristal, mientras los murmullos y risas de los invitados se mezclan con una suave melodía de cuerdas. Las figuras de Alexander, Camille, Isabella y Henry se entrelazan entre los asistentes, pero sus mundos parecen estar en órbitas separadas, sin que ninguno se atreva a cruzar la línea de lo que realmente está ocurriendo.Isabella se encuentra en una esquina, observando la escena con el estómago revuelto. Sus manos están tensas, y sus ojos siguen los movimientos de Alexander y Camille. ¿Por qué me sorprende tanto verlos juntos? piensa. A pesar de todo lo que ha pasado, a pesar de las promesas, la cercanía entre ellos sigue pinchándole el alma.
Los días posteriores a la gala transcurren como una niebla espesa alrededor de Isabella. A pesar de la rutina que se esfuerza por mantener, algo ha cambiado. Lo siente en el ambiente, en la forma en que ciertas miradas se clavan en su espalda, en los susurros que se apagan cuando pasa.Pero sobre todo, lo siente en Camille.Cada vez que sus caminos se cruzan en Blackwood, Camille parece llevar puesta una máscara de cortesía, tan impecable como su maquillaje. Sin embargo, debajo de su sonrisa pulida hay algo más: un filo, una sombra de veneno cuidadosamente disfrazada.Hoy no es la excepción.Isabella camina por uno de los pasillos principales, un montón de carpetas en brazos, cuando la figura estilizada de Camille aparece a la vuelta de la esquina.—¡Isabella! —exclama ella, su voz como una campana dulce, pero con un eco que no encaja del todo—. ¡Qué eficiente te ves! Siempre tan ocupada.La frase, en apariencia inofensiva, resuena en Isabella como un zumbido molesto.—Gracias —respon
La ciudad parpadea a través de los ventanales, ajena al peso que Alexander lleva en el pecho. Se sienta en el borde de su cama, la chaqueta del traje aún puesta, la corbata floja, los ojos perdidos en la oscuridad del dormitorio. El eco de la gala todavía retumba en su mente: las risas falsas, las sonrisas forzadas, la presencia insoportable de Camille a su lado... y, sobre todo, la mirada herida de Isabella, que apenas pudo sostenerse antes de apartarse de él.Ella piensa que lo ha elegido a propósito. Que prefiere las apariencias, el compromiso frío que lo ata a Camille. Pero nada podría estar más lejos de la verdad.Alexander se siente vacío. No hay triunfo en su vida sin Isabella ni sus hijos. No hay sentido en los contratos, en los millones, en los eventos sociales. Todo su mundo, todo lo que realmente importa, está a pocos metros de él en este mismo edificio, pero se siente más lejos que nunca.Se pasa una mano por el rostro, frustrado. No puede seguir así. No puede permitir
POV DE ALEXANDER Me besó. Ella acaba de besarme, ella. Me separo un poco para fijarme en su expresión y me doy cuenta. Quiero esto, nos quiere a nosotros y yo no soy quien para impedirlo. Estoy aquí para cumplir sus deseos.Quería ser delicado al principio, intercambiar más besos suaves y profundos, de esos que nos dejaban confundidos y alborotados, pero tenerla ahí frente a mí tan dispuesta, no me lo permitió…A la mierda con la delicadeza.La cogí de la muñeca, la conduje hasta su habitación y tiré hacia dentro, llegando apenas a trabar la puerta antes de empujarla y estampar mi boca en la suya. Deslicé la mano debajo de su culo y la alcé para que quedara atrapada entre la madera y mi pelvis, que mecí contra ella mientras la besaba.La alejé de la pared, pero seguí sosteniéndola y la llevé hacia la cama. Envolvió las piernas en mi cintura y, fue tan natural tenerla en mis brazos, que no quería soltarla nunca más.— Solo para que quede claro, estamos haciendo esto porque yo quiero