Rendirse

Alexander recoge con facilidad a Gael y a Liam en sus brazos, mientras Isabella toma a Emma, y los llevan hacia la habitación de los trillizos.

La casa está en penumbra, iluminada solo por las luces suaves de la ciudad que se cuelan a través de los ventanales.

El silencio, interrumpido apenas por el murmullo de la televisión en la sala, es casi reverente.

Con una ternura inesperada, Alexander ayuda a Isabella a acomodar a los pequeños en sus camas.

Liam ronca ligeramente, Gael se acomoda contra su almohada con un suspiro satisfecho, y Emma se aferra a su osito de peluche con una sonrisa dormida.

Alexander observa la escena con una suavidad en el rostro que a Isabella le roba el aliento.

Cuando terminan, salen en silencio de la habitación, cerrando la puerta con delicadeza.

La tensión entre ellos, que durante todo el día había crecido de manera lenta pero implacable, ahora se siente casi física.

Densa. Palpitante.

Como una cuerda a punto de romperse.

Alexander se inclina hacia ella, ba
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