La mudanza es un torbellino de emociones.
Los niños corretean de un lado a otro, sus risas rebotando en las paredes aún medio vacías del nuevo departamento. Isabella observa las cajas apiladas en el salón, sintiendo una punzada de nostalgia por lo que deja atrás… pero también, una chispa de esperanza por lo que podría construir aquí.
Alexander no se separa de ellos.
Aparece a primera hora, con mangas remangadas, cargando cajas como si fuera uno más del equipo de mudanza.
No le importa ensuciar su traje. No le importa su imagen de CEO perfecto.
Sólo le importa estar allí con su familia.
—¿Dónde quieres esto, jefa? —pregunta con una sonrisa traviesa, levantando una enorme caja que dice "juguetes" en marcador grueso.
Isabella sonríe a pesar de sí misma.
—En la habitación de los niños, por favor.
Lo ve desaparecer por el pasillo, los músculos de su espalda moviéndose bajo la tela ajustada de su camisa, y se sorprende a sí misma observándolo más de la cuenta.
Sacude la cabeza y se concentr