El aroma del café recién hecho y las risas infantiles llenan el departamento de Isabella Reyes.
La luz dorada de la mañana atraviesa las ventanas, iluminando la cocina donde tres cabecitas idénticas discuten sobre quién untará la mayor cantidad de mermelada en su tostada.
—¡Yo primero! —protesta Liam, levantando la mano como si estuviera en clase.
—¡No! ¡Fue mi idea! —reclama Gael, arrugando la nariz.
—¡Mami dijo que todos tenemos que compartir! —interviene Emma, con las manitas en la cintura.
Alexander Blackwood, apoyado en el marco de la puerta, observa la escena con una sonrisa cálida en los labios.
Ha amanecido de un humor excelente. La noche anterior para él ha marcado un antes y un después en su relación con Isabella y eso lo tiene entusiasmado.
Lleva la camisa remangada hasta los codos y un mechón de su cabello rebelde cae sobre su frente. Esa imagen de domesticidad —tan simple, tan pura— se graba en su corazón como un anhelo que no sabía que tenía hasta ahora.
—¿Qué tal si y