La mañana irrumpe como una bofetada para Camille Leclerc.
La luz que se filtra por las cortinas de su dormitorio parece más cruel que de costumbre, como si el universo supiera lo que está a punto de enfrentar.
Un sonido insistente la despierta: su móvil vibra sobre la mesita de noche, parpadeando incesantemente.
Mensajes. Llamadas perdidas. Notificaciones.
Demasiadas.
Frunce el ceño, irritada, mientras estira la mano para tomarlo.
Cuando abre la primera alerta, su corazón se detiene.
Fotos.
Fotos de ella.
Camille pestañea, incapaz de procesarlo de inmediato.
Las imágenes son explícitas. Comprometedoras. Escandalosas.
Ella, en situaciones privadas con hombres que no son Alexander Blackwood.
Fechas, lugares, todo perfectamente documentado.
Un montaje imposible de negar.
—¡No! —exclama, sentándose de golpe en la cama, su voz rasgada por el pánico.
El móvil resbala de sus manos y cae al suelo, pero el daño ya está hecho.
La sangre le retumba en los oídos mientras intenta entender quién pu