Después de un largo día hablando con abogados y repasando leyes, Alexander e Isabella están exhaustos.Además de todo lo jurídico en lo que están envueltos ahora, los trillizos han dado un día de no parar.Cuando por fin los acuestan, los dos suspiran con alivio por tener un tiempo a solas. Desde que Camille había soltado las últimas noticias falsas, no habían podido estar en paz. Ninguno de los dos supo si era el cansancio, en estrés, o los días sin sirenas tener intimidad, pero, cuando se miraron en la penumbra de la noche, los dos sintieron esa electricidad.POV DE ALEXANDER —A la habitación —dije con los dientes apretados—. Ahora.Isabella salió de la sala principal y la seguí tocando la polla en mis pantalones mientras iba bajando la cremallera. Apenas llegamos a la habitación, cerré y trabé la puerta y me lancé sobre ella justo cuando ella se abalanzaba sobre mí.Nos unimos como dos nubes de tormenta; el choque de dos cuerpos separados que inmediatamente se convierten en una
POV DE ALEXANDER Cuando metí mi polla hasta el fondo, hice una pausa, dándole un momento para que se acostumbrara a mi tamaño. Inhaló y exhaló y luego suspiró ahogada cuando encontré su clítoris y comencé a consentirlo. No me moví durante un buen rato, solo la dejé sentirme mientras descargaba toda la tensión que se había acumulado en ella, llevándola hasta el precipicio para que pudiéramos saltar juntos.Quería preguntarle si estaba lista para más, pero sabía lo mucho que la frustraba el Alexander Buen Chico que siempre pedía permiso, así que, en cambio, me moví despacio, siempre atento a alguna señal de que necesitara tiempo o que quisiera parar.Alcé sus caderas, llevándola a ponerse en cuatro. Pausa.Enderecé mi cuerpo mientras seguía frotándole el clítoris. Pausa.La quité solo un poco y luego la metí solo un poco. Pausa.Y poco a poco, pasó de acostumbrarse a querer, empujándome hacia dentro como la gatita demandante que era, protestando con gemidos cuando alejaba la mano
Las luces del salón de eventos parpadean levemente cuando Alexander toma el micrófono. Es una gala benéfica, organizada meses atrás, antes de que todo se desmoronara. La alta sociedad está reunida: empresarios, celebridades, figuras políticas, todos vestidos de gala, con copas de champagne en la mano y expectativas de una noche elegante. Lo que nadie sabe es que están a punto de presenciar la caída de una reina sin corona.—Buenas noches —comienza Alexander con voz firme, su mirada dirigida al público pero, sobre todo, a ella—. Antes de continuar con esta velada, necesito decir algo. Algo que por demasiado tiempo permití que se ocultara.Camille, sentada en la mesa principal, al lado de él, palidece. Siente cómo la atención se vuelca hacia ellos como un vendaval.—Durante años he intentado proteger a las personas que amo, incluso a costa de mi bienestar. Pero esta noche, ya no hay más silencios. Es hora de rescatar la verdad.Un murmullo recorre la sala. Isabella observa desde una e
Alexander había estado cavando en silencio, escarbando los rincones oscuros de un pasado que Isabella había enterrado con desesperación. No lo hacía por desconfianza, sino por amor. Por rabia. Por justicia. Después de la caída de Camille, quedaban cabos sueltos. Y entre ellos, un nombre que se repetía como un susurro sucio entre las sombras: Javier Calderón.Encontrar la empresa fue fácil. Comprar información, incluso más. Javier trabajaba como director de operaciones en una empresa tecnológica de segunda línea, ubicada en un piso austero en una de las torres más antiguas del distrito financiero. No tenía ni idea de lo que se le venía encima.Alexander llegó al edificio vestido de negro, como si el color acompañara la tormenta que rugía dentro de él. Nadie lo detuvo. No necesitaba anunciarse. Cuando entró en la oficina, el aire cambió. El silencio se volvió denso. Había fuego en su mirada.Javier levantó la vista desde su escritorio, molesto por la interrupción, hasta que lo recono
El café se le derramó por tercera vez esa mañana. —¡Maldición! —bufó Isabella mientras intentaba limpiar la mancha en su blusa con una servilleta húmeda. Los trillizos habían dejado un caos en la cocina, la niñera había llegado tarde, y su cita con el nuevo empleo no podía ser más inoportuna. Aun así, ahí estaba: parada frente a uno de los rascacielos más imponentes de la ciudad, con una mezcla de nerviosismo, adrenalina y… algo más que no sabía cómo nombrar. Blackwood Enterprises. El nombre retumbaba en su mente desde que aceptó el trabajo como diseñadora dentro del departamento creativo. El sueldo era una bendición, la oportunidad, un sueño. Pero algo dentro de ella vibraba extraño desde que escuchó aquel apellido. Sacudió la cabeza y entró al edificio. Al pisar el mármol brillante del vestíbulo, sus pasos resonaron como una advertencia. El ascensor estaba abierto. Isabella se apresuró, ajustando su bolso y ocultando la mancha de café como podía. Dentro, un hombre con un
Cinco años atrás La música suave del cuarteto de cuerdas llenaba la sala del hotel con elegancia, mientras el murmullo de la élite empresarial flotaba entre copas de champán, risas fingidas y sonrisas ensayadas. Isabella se sentía como una intrusa. Llevaba puesto un vestido negro prestado y unos tacones que no eran suyos. Había acompañado a Valentina, su mejor amiga y abogada en ascenso, a esa gala benéfica solo porque prometieron que habría canapés caros, vino gratis y, con suerte, alguien interesante para mirar. —Solo estás aquí para disfrutar —le recordó Valentina, dándole un leve codazo—. Olvídate del mundo real por una noche. Y así lo haría, se lo había prometido a sí misma. Después de pasar mucho tiempo donde su plan más atrevido era quedarse en su casa viendo comedias románticas y llorando por el daño que su ex le había hecho, estaba lista para comenzar de nuevo. Caminaba hacia la terraza cuando lo vio. Alto, traje oscuro perfectamente ajustado, copa en mano, mirada intens
El tic-tac del reloj colgado en la pared de la clínica privada resonaba como un tambor en su cabeza. Isabella tenía las manos frías, el estómago revuelto y una sola palabra dando vueltas como una nube negra en su mente: "imposible".Había pasado poco más de un mes desde su encuentro con Alexander, el hombre que la había marcado para toda la vida. —Señorita Reyes —llamó la enfermera con voz suave. Isabella se levantó lentamente y entró al consultorio. La doctora era joven, de rostro amable. Llevaba una carpeta en la mano y una mirada que intentaba ser reconfortante. —Ya tengo tus resultados. Isabella asintió, pero no dijo nada. No podía. Sentía que si abría la boca, iba a vomitar el miedo. Jamás había estado tan asustada como en ese momento. —Estás embarazada, Isabella. Aproximadamente de cinco semanas. Silencio. Todo a su alrededor pareció alejarse: el sonido, el color, el aire.Su mano fue rápidamente hacia su garganta, sentía que no podía respirar. De pronto todo le estaba
Isabella salió del edificio sin poder contener las lágrimas. Se sentía más perdida que nunca. No tenía ni idea de qué hacer, hacia quién acudir, estaba sola y desolada. Por pura costumbre, cruzó la calle y se metió en una cafetería vacía. Pidió un vaso de agua y se sentó en una esquina, con las manos cubriéndose el rostro, cubriendo las gotas que no paraban de caer. Tenía las mejillas rojas, el maquillaje corrido y el cabello hecho un completo desastre. Ella era el reflejo exacto del desastre que la había rodeado por completo y que ahora la acompañaba.Cuando menos lo esperaba, su teléfono vibró. Era un mensaje de Valentina, su mejor amiga. “¿Todo está bien? No sé por qué, pero tengo una sensación extraña y me tiene incómoda. ¿Dónde estás?”A pesar de todo, Isabella no pudo evitar que se le dibujara una sonrisa en su rostro. Su mejor amiga y ella se conocían desde hacía tanto tiempo y habían pasado por tantas cosas juntas que habían desarrollado como un sexto sentido la una hacia