La ciudad se estira ante los ojos de Alexander como una pintura borrosa mientras su auto avanza por las avenidas iluminadas.
Sus manos aprietan el volante con más fuerza de la necesaria, y aunque el tráfico es fluido, su mente está detenida en otro lugar.
En Emma. En Liam. En Gael.
En sus hijos.
La palabra sigue sonando extraña en su cabeza. Hijos. Suyos. Tres niños con sonrisas tímidas, con preguntas sin filtro y miradas que lo atravesaron con una mezcla de curiosidad y algo más profundo… algo que no puede nombrar sin que se le cierre el pecho.
El recuerdo del abrazo de Gael le arranca una punzada en el estómago. La ternura de Emma. La desconfianza contenida en los ojos de Liam.
Y luego Isabella.
La forma en que lo miró durante toda la visita, con esa mezcla de miedo, protección y orgullo. Como una loba resguardando a sus crías.
Alexander cierra los ojos por un instante cuando el auto se detiene frente a su edificio. No sube de inmediato. Necesita procesar. Respirar.
¿Cómo se supon