La noche ha caído sobre la ciudad, envolviéndola en una calma engañosa.
Henry conduce por las avenidas iluminadas, con los nudillos blancos de tanto apretar el volante.
No ha dormido desde que habló con Alexander. La conversación lo dejó devastado, con la garganta quemando y el corazón desgarrado.
Pero hay algo más que necesita hacer, una última conversación que lleva días postergando. Tiene que verla. Necesita verla.
Detiene el coche frente al edificio de Valentina y sube con pasos firmes, aunque por dentro todo le tiemble.
Toca el timbre. Unos segundos que parecen eternos pasan antes de que la puerta se abra.
Allí está ella, Valentina, en pijama y con el rostro apagado por la sorpresa.
Sus ojos oscuros se abren, no de alegría, sino de tensión contenida.
—¿Qué haces aquí, Henry?
—Necesito hablar contigo. Por favor. Solo unos minutos.
Valentina duda. Su mirada va de su rostro a sus manos, como si buscara una señal para cerrarle la puerta.
Pero al final da un paso atrás y le per