El despacho está en silencio, pero no de ese tipo sereno que da paz. Es un silencio tenso, punzante, como si cada molécula del aire se estremeciera de rabia contenida.
Alexander observa la pantalla del ordenador sin ver realmente lo que hay frente a él. Su mandíbula está tan tensa que duele, y sus dedos tamborilean con violencia sobre el brazo del sillón de cuero.
Henry está en la sala de juntas. Lo sabe porque lo ha visto entrar por las cámaras de seguridad que ahora revisa como si se tratara de un prisionero bajo vigilancia constante.
Está presentando un informe de progreso. Un informe perfecto. Intachable. Tan pulido como si quisiera redimirse con eficiencia.
Pero eso solo lo enfurece más.
Porque no importa cuán brillante sea el informe, no borra el hecho de que su hermano —su propio hermano— lo traicionó. No solo a él, sino también a Isabella. A sus hijos. A esa pequeña familia que apenas comenzaba a construir.
El teléfono suena, y Alexander lo ignora. El simple timbre le result