«Esto era una tontería. Los niños no están en sus cunas», pensó Adriel, entrando en la habitación, luego de que la niñera lo dejara en la puerta de la misma.
Se suponía que todo el mundo en esa casa sabía perfectamente que su única misión allí era ver a los trillizos.
¿Entonces por qué lo guiaban hasta una habitación vacía?
Quiso devolverse y preguntar si es que acaso se estaban burlando de él, pero cuando giró sobre sus talones, dispuesto a pedir explicaciones, sintió una presencia tras de él.
Se detuvo en seco.
Se suponía que Jade no quería verlo, así que esto solamente podía significar una cosa.
—¿Le sucedió algo a los niños? —La sola pregunta hizo que un escalofrío recorriera su espalda mientras sus ojos se fijaban de nuevo en el espacio donde deberían estar sus hijos.
El silencio que prosiguió a la pregunta era denso, casi sofocante.
—No —dijo ella con simpleza.
La postura de Jade parecía relajada, se encontraba apoyada en el marco de la puerta, observándolo con una exp