Emily
El gel frío sobre mi vientre me provocó un escalofrío. Respiré hondo mientras la doctora Ramírez deslizaba el transductor sobre mi piel estirada. La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por la luz azulada de la pantalla que pronto nos mostraría a nuestros hijos.
—Vamos a ver cómo están estos pequeños —dijo la doctora con una sonrisa cálida.
Sentí la mano de Christopher entrelazarse con la mía. Sus dedos, firmes y cálidos, me anclaban a la realidad cuando todo parecía flotar en un sueño. Nunca imaginé que estaría aquí, con él, esperando ver a los hijos de Daniel... nuestros hijos ahora.
De repente, la habitación se llenó con un sonido rítmico y acelerado. Un tamborileo constante que parecía multiplicarse y superponerse.
—Ese es el primer corazón —señaló la doctora, ajustando el transductor—. Y aquí... —movió ligeramente el aparato— está el segundo. Y... —otro movimiento sutil— aquí está el tercero. Tres corazones fuertes y saludables.
Tres latidos. Tres vidas creciendo d