Christopher
La lluvia había cesado, pero el aroma a tierra mojada persistía en el aire. Desde la ventana de mi estudio, observaba cómo las gotas se deslizaban por el cristal, formando caminos erráticos que me recordaban a mi propia vida: impredecible, confusa, pero con una dirección inevitable.
Emily dormía en nuestra habitación. Después de la discusión de anoche, había pasado horas contemplando el techo, incapaz de conciliar el sueño. Mis pensamientos eran un torbellino de culpa, anhelo y miedo. Miedo a perderla, miedo a no ser suficiente, miedo a que descubriera que siempre había sido yo quien la amaba en silencio.
Tomé un sorbo de café, sintiendo su amargura en la lengua. Como mi vida: amarga por fuera, pero con un fondo dulce que pocos conocían. Quizás nadie.
El reloj marcaba las siete de la mañana cuando escuché sus pasos por el pasillo. Suaves, cautelosos, como si temiera encontrarme. No la culpaba. Durante meses había construido muros a mi alrededor, incapaz de mostrarle quién