Entre la espada y la pared

 Emily

No era fácil tomar decisiones cuando el corazón y la razón estaban en guerra. En este momento, la desesperación me empujaba hacia un lado, mientras que la duda me mantenía anclada al otro. Estaba atrapada, entre la espada y la pared, sin saber qué camino tomar, sin saber cómo salir de esta tormenta que me envolvía.

Christopher había hecho la propuesta más absurda de todas. Casarse. ¿Cómo podía siquiera considerar algo así? Un matrimonio sin amor, sin promesas, solo un pacto entre dos personas que apenas se conocían más allá de la relación de cuñados, y en la que los sentimientos habían estado enterrados bajo capas de indiferencia. Un matrimonio impulsado por la necesidad, no por el deseo. No por el amor.

Pero, por otro lado, ¿qué opción me quedaba? Si no aceptaba, si no accedía a esta extraña propuesta que había lanzado al aire como si fuera la única salida, ¿qué les pasaría a mis hijos? ¿Qué les quedaría de su padre, de la familia que Daniel y yo habíamos querido construir? ¿Podría vivir con la idea de verlos separados, alejados de todo lo que les era familiar? ¿Podría soportar perderlos por completo?

El dilema me torturaba.

Me encontraba en la misma silla en la que Christopher se había sentado minutos antes, mis manos frías sobre las rodillas, mi cuerpo tenso, como si cada músculo estuviera esperando a que tomara una decisión. Afuera, la tarde se desvanecía en sombras, pero dentro de mí, la confusión solo crecía.

Christopher… Si alguien me hubiera dicho hace unos meses que estaría en esta situación, no lo habría creído. Yo siempre lo vi como el hermano distante de Daniel, alguien que apenas se hacía notar en nuestras vidas, alguien que prefería quedarse en las sombras de las fiestas familiares, siempre con esa fachada de seriedad. Nunca supe mucho de él, más allá de lo que contaba mi hermano, y aquello no era mucho. A veces, me preguntaba si había algo más de él que no quería mostrar. Si había una parte de Christopher que solo los más cercanos conocerían, una parte que él mismo ni siquiera entendía.

Y, sin embargo, ahí estaba, ofreciéndome la única solución que parecía viable para salvar a mis hijos. Su propuesta me quemaba por dentro, pero también me ofrecía algo que necesitaba más que nada: estabilidad. No podía ignorar eso. No podía ignorar que él, por muy distante que fuera, estaba dispuesto a hacer algo que muchos no habrían ni siquiera considerado.

Pero lo que más me desconcertaba era la forma en que me miraba. No era solo por el sacrificio que decía estar dispuesto a hacer. Había algo más en su mirada, algo que, por un instante, me hizo preguntarme si realmente lo conocía. Algo que despertaba en mí una sensación de incomodidad, y a la vez, una extraña curiosidad. ¿Era solo mi imaginación o… había algo más entre nosotros?

Me incorporé, caminando hacia la ventana. A lo lejos, vi la silueta de los niños jugando en el jardín, sin saber lo que estaba en juego. Todo en su mundo era inocente, simple. Y yo, como madre, sentía que mi responsabilidad era proteger esa inocencia, aunque eso significara perderme a mí misma en el proceso.

"¿Qué haré?", susurré, más para mí misma que para cualquier otra persona.

Entonces, algo dentro de mí se apagó. El peso de la responsabilidad, el amor que sentía por mis hijos, la promesa de darles un futuro seguro, eso era lo que importaba. No importaba si Christopher no era el hombre que yo había imaginado para mí. No importaba si lo que él ofrecía no era un cuento de hadas. Lo único que importaba era que él estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para asegurar la estabilidad de los pequeños. Y eso, por muy doloroso que fuera aceptarlo, lo hacía mi aliado.

Lo miré, cuando volvió a entrar en la habitación, y vi cómo su presencia llenaba el espacio con una tensión palpable. Se acercó lentamente, sin palabras, como si también estuviera luchando contra sus propios demonios. No era fácil para ninguno de los dos.

"No me hagas esto", le dije en voz baja, más que nada por la pena de tener que admitir que estaba considerando lo impensable. "No me hagas tomar una decisión tan difícil."

Él me observó con sus ojos oscuros, profundos, como si pudiera ver todo lo que estaba sucediendo dentro de mí. Y en ese momento, me di cuenta de algo que no había notado antes: la forma en que me miraba no era solo la de un cuñado preocupado por su familia. Había algo más, algo que nunca había querido admitir, algo que lo hacía más humano, más cercano de lo que había sido antes.

"Emily", dijo con un tono grave, su voz rasposa. "Sé que esto no es fácil. Yo también estoy luchando con ello. Pero te prometo que lo haré por ellos. Lo haré por ti, si me lo permites. No puedo... No puedo dejar que tus hijos pierdan todo."

Mis labios temblaron al escuchar esas palabras. Yo también estaba luchando con ello. Estaba luchando contra el dolor de perder a Daniel, de ver cómo mi vida se desmoronaba lentamente. Pero, ¿era esta la solución? ¿Era este el sacrificio que debía hacer?

De repente, las palabras salieron de mi boca sin pensarlo. "Sí."

Él me miró, confundido. "¿Qué?"

"Sí", repetí, con más fuerza. "Acepto. Acepto casarme contigo."

Las palabras sonaron más fuertes de lo que me hubiera gustado, como si mi decisión ya estuviera tomada, cuando en realidad mi corazón seguía llorando por la pérdida de Daniel. Pero lo que más me dolía era la sensación de que estaba traicionando algo. Aceptaba, sí, pero no por mí. No por lo que quería. Lo hacía por ellos, por mis hijos, por un futuro que no sabía si podría soportar.

Christopher se quedó allí, mirándome, sin decir nada por un largo momento. Y en ese silencio, supe que las cosas nunca serían lo mismo. Sabía que este matrimonio no era lo que ninguno de los dos había planeado, pero de alguna manera, nos unía más de lo que jamás imaginé.

Y luego, cuando se acercó para tomar mi mano, la incertidumbre me envolvió de nuevo. ¿Era esto lo correcto? ¿Podría alguna vez aceptarlo por completo?

La boda se planeó rápidamente, como si el destino no quisiera dejarnos espacio para dudar. Todo sucedió con una rapidez que me dejó sin aliento. Y aunque intentaba concentrarme en lo que realmente importaba, una parte de mí seguía atrapada en el miedo de lo que nos esperaba después de la ceremonia. El futuro nos aguardaba, incierto y peligroso, y aunque sabía que había tomado una decisión que aseguraría el bienestar de mis hijos, no podía evitar la sensación de que, al mismo tiempo, me estaba perdiendo a mí misma.

"¿Qué vamos a hacer ahora?", le pregunté, mi voz casi rota. "¿Cómo vamos a vivir después de esto?"

Él apretó mi mano con firmeza, como si estuviera intentando darme algún tipo de seguridad. Pero dentro de mí, sentía que esta era solo la calma antes de la tormenta.

"Lo descubriremos juntos", dijo, pero las palabras se sintieron vacías, como una promesa incierta.

Y en ese momento, entendí que había comenzado un camino del que no había vuelta atrás. La única pregunta era si, al final, encontraríamos la manera de sobrevivirlo.

Estoy atrapada entre la desesperación y la incertidumbre. Cada vez que cierro los ojos, el peso de la decisión que tengo que tomar me aplasta un poco más. La propuesta de Christopher ha quedado colgando en el aire, como una cuerda floja a la que me han obligado a aferrarme. Lo peor de todo es que no sé si quiero soltarla o si el miedo me está paralizando.

Nunca imaginé que llegaría a este punto. ¿Casarme con él? Christopher. El hermano de Daniel, sí, pero también el hombre que apenas conozco. He compartido con él algunas cenas familiares, algunos eventos importantes, pero nunca algo que nos haya hecho realmente cercanos. Él siempre ha sido… diferente. Lejos, distante, como si su mundo estuviera en una órbita completamente separada del mío. ¿Cómo puedo confiar en él ahora, cuando ni siquiera sé si sus palabras son un acto de compasión o una jugada calculada?

Me encuentro caminando de un lado a otro en la pequeña sala de mi casa, con las manos sobre mi vientre, como si intentar sentir la vida que crece dentro de mí pudiera darme alguna respuesta. Trillizos. Tres vidas, tres corazones latiendo con fuerza, tan cerca de la mía. Mi cabeza está llena de pensamientos que se entrecruzan sin descanso, pero el dolor por la pérdida de Daniel es el más profundo de todos. Nunca pensé que tendría que enfrentarlo tan pronto, y mucho menos que tendría que hacerlo sin él a mi lado.

El sonido de unos pasos en la entrada me hace detenerme en seco. Es Christopher. Desde que llegué a esta casa, he sido incapaz de dejar de pensar en lo que me dijo, de cómo su propuesta ha quedado dando vueltas en mi mente, como una espina que no puedo sacar. ¿Casarme con él para darle un futuro a los hijos de su hermano? ¿De verdad está dispuesto a hacer esto por una familia que, en realidad, no es la suya?

—Emily —su voz suena en la puerta, profunda, tranquila. Siento que, a pesar de las palabras que han pasado entre nosotros, todavía existe una barrera invisible que nunca hemos cruzado. Él espera una respuesta. La respuesta que aún no tengo.

Lo miro sin saber qué decir, sintiendo como si me estuviera asfixiando con cada pensamiento que pasa por mi mente. Él sigue esperando, su mirada fija en mí, pero es difícil leer lo que está pensando. Está tan impenetrable como siempre, pero hoy, por alguna razón, no puedo evitar notar la sombra de cansancio en sus ojos. Tal vez todo esto también lo está afectando de alguna manera. O tal vez no.

—¿Lo harás? —pregunta, y la pregunta resuena en el aire, clara y directa.

No puedo evitar la risita nerviosa que escapa de mis labios. ¿Lo haré? ¿Realmente tengo otra opción?

—No lo sé —respondo, dejando caer las manos a mis costados. Mis palabras salen con más fragor del que pretendía, pero la desesperación que me consume no puede ocultarse. —No sé si pueda hacerlo, Christopher. No sé si pueda mirarte todos los días y pensar en lo que he perdido.

Él da un paso al frente, más cerca de mí, y su mirada parece buscar algo en la mía. La tensión que se ha acumulado entre nosotros es palpable, como una corriente eléctrica que recorre el aire, pero algo en sus ojos me detiene. ¿Es preocupación? ¿Culpa? No puedo decirlo.

—Lo entiendo —dice, su voz suave, casi inaudible—. Sé que esto no es lo que querías. Lo que esperabas para tu vida. Pero tus hijos merecen un futuro. Y tú mereces tener estabilidad.

Las palabras de Christopher me taladran la cabeza, pero no logro encontrar consuelo en ellas. ¿Realmente me está ofreciendo estabilidad, o es solo una manera de cumplir con lo que considera un deber familiar? Me siento tan perdida, tan rota, que las dudas sobre su propuesta me nublan la mente. Pero lo que es peor, es que empiezo a pensar en lo que sucedería si no acepto. Sin Daniel, sin el dinero que me quedaba, ¿realmente tengo otra opción?

Respiro hondo y lo miro a los ojos. Siento un nudo en la garganta, y la tristeza me ahoga. El futuro de mis hijos está en juego, y con él, el mío. ¿Qué tipo de madre sería si no hago lo necesario para asegurarme de que tengan una vida decente?

—Lo haré —digo finalmente, mi voz temblando un poco. Es un sí, pero un sí lleno de miedo. —Casémonos. Lo haré por ellos.

Me siento vacía al decirlo, pero al mismo tiempo, una parte de mí sabe que no tengo otra opción. Mis hijos no pueden ser desamparados. Ni yo. Acepto la idea de que este matrimonio, aunque marcado por la tragedia y la necesidad, será el único modo de encontrar algo de paz en medio del caos.

Christopher me observa con una mezcla de incomodidad y lo que parece ser alivio. No sé qué pasa por su cabeza en este momento, pero hay algo en su postura que ha cambiado. La distancia que siempre ha existido entre nosotros, esa barrera invisible, comienza a desmoronarse lentamente. Aunque no puedo decir que ahora vea algo más claro entre nosotros, hay algo en su mirada que me hace pensar que tal vez esta decisión no sea solo un sacrificio para mí. Tal vez, de alguna manera, también es un sacrificio para él.

—Bien —responde, su voz firme, aunque una leve tensión en su rostro me dice que no todo está tan claro como quisiera—. Prepararé todo. Te daré el tiempo que necesites.

La puerta se cierra tras él con un suave clic, dejándome sola en la habitación, con la sensación de que he tomado una decisión que cambiará todo lo que conocía, pero sin la menor certeza de cómo va a desenvolverse.

El futuro me asusta más que nunca, y las dudas se arremolinan en mi mente como una tormenta. Pero el compromiso está hecho. Y ahora, no tengo más opción que seguir adelante, aunque mi corazón aún llore por lo que he perdido.

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