Emily
El silencio de la habitación del hospital me envuelve como una manta pesada. Las paredes blancas, el olor a desinfectante y el constante pitido de las máquinas que monitorean a mis bebés se han convertido en mi realidad durante las últimas cuarenta y ocho horas. Mis manos descansan sobre mi vientre abultado, sintiendo los pequeños movimientos que me recuerdan que, a pesar de todo, ellos siguen luchando.
—Treinta y dos semanas —murmuro para mí misma, recordando las palabras del Dr. Ramírez—. Demasiado pronto.
El enfrentamiento con la familia de Daniel me había afectado más de lo que quería admitir. Las acusaciones, los gritos, la tensión... todo había desencadenado contracciones prematuras que me trajeron directamente a urgencias. Christopher no se había separado de mi lado ni un momento hasta que lo obligué a ir a casa a ducharse y cambiarse.
La puerta se abre suavemente y la enfermera Jenkins entra con su habitual sonrisa tranquilizadora.
—¿Cómo estamos esta mañana, Emily? —pre