Después de renacer, decidí no volver a enredarme con mi compañero predestinado, Fernando Torres, con quien crecí. Él organizó a todos los terapeutas de su clan para ir a una fiesta en Hawái, y yo simplemente me fui volando a Santiago. Dijo que cuando olía mi aroma, él y sus lobos querían vomitar. Me mudé de inmediato y gasté quinientos dólares en contratar a alguien para hacer una limpieza completa. Después de que él dijera que no volviera a aparecer en su manada, renuncié de manera voluntaria a mi puesto como terapeuta privada del Alfa y me fui a la Ciudad Central a trabajar medio tiempo para mantenerme por mi cuenta. Al final, dijo que mi presencia haría que su querida hermanastra pensara que él sentía algo por mí. Asentí y me di la vuelta, aceptando la propuesta de contrato de Alfa en la ciudad central. De paso, recibí el regalo de compromiso y me mudé a una villa valorada en dieciocho millones de dólares. Cambié todo el amor sumiso y silencioso de mi vida pasada por transacciones racionales y claras. Después de todo, en mi vida anterior había entregado toda mi fortuna y mi vida por un compañero que solo me dio traición. Su hermanastra fue envenenada, y él me acusó de asesinarla, condenándome a la pena máxima de la manada. Esta vez, voy a vivir bien. Hasta que, mientras caminaba tomada de la mano de mi Alfa hacia el Festival de la Luna Llena, él de repente se interpuso frente a mí, con los ojos llenos de venas rojas. —Valeria Ortega —dijo—, quédate conmigo, y te perdonaré por tu impulso de un momento. —¿Puedes pagar la villa que mi Alfa compró para mí? —pregunté, esbozando una sonrisa.
Leer másValeria y yo no teníamos intención de hacer pública nuestra relación tan pronto.Como Alfa actual de la Ciudad Central, cada uno de sus movimientos estaba bajo escrutinio.Planeábamos anunciarlo oficialmente solo después de sellar nuestro vínculo.Pero Ignacio había asumido recientemente una reforma médica clave en el consejo central, y eso lo puso en el ojo del huracán dentro de la Manada.Aunque cuidábamos de vernos por la noche, el riesgo de ser fotografiados seguía existiendo.Él estaba cansado de mantener todo en secreto.Ese día, Ignacio sacó un anillo de plata que había diseñado personalmente y me pidió matrimonio.No dudé ni un instante y acepté.Mientras caminábamos de regreso a casa, de repente un tono grave se escuchó detrás de nosotros.—Valeria…Me giré instintivamente.En la oscuridad, Fernando se acercaba, con los ojos enrojecidos.Fruncí el ceño.Su voz era apenas un susurro:—Valeria, no tengas miedo, no vengo a causar problemas, solo… quiero hablar contigo.Sentí que
Un antiguo compañero me escribió por mensaje privado, enviándome un post y pidiéndome que lo viera.Mariana estaba acusándome en internet:—Perdí mi embarazo porque Valeria me empujó… Siempre me ha tenido envidia, me quitó a Fernando, y hasta me atacó…De fondo se veía el hospital, junto con un informe médico, toda una escena de “víctima”.Ella guiaba a los internautas para que me atacaran en línea, e incluso alguien consiguió mis datos de contacto.Cada mañana despertaba con decenas de llamadas desconocidas y mi bandeja de mensajes en redes sociales llena de odio.Incluso los compañeros que antes casi no hablaban conmigo vinieron a señalarme.Me dio risa de la rabia. Lo primero que hice fue llamar a la policía y después marqué el número de Fernando:—¿Dónde está la grabación de tu casa? Entrégala.Pensé que al menos tenía un poco de vergüenza.Pero me equivoqué.Fernando, al otro lado, respondió con voz ligera:—Si quieres limpiar tu nombre, puedes. La grabación está en la mansión.—S
Después de aquel día, el Alfa y la Luna me llamaron varias veces.Su tono era amable, intentaban convencerme de volver a la Manada Bravo.Yo lo rechacé sin dudar.Ese lugar me costó toda la vida escapar de él, ¿cómo iba a regresar?El día en que me encontré con Ignacio para comer, él llegó como siempre: discreto, vestido de negro, la visera de la gorra cubriéndole el rostro.Lo entendía. El Alfa de la Ciudad Central siempre estaba bajo vigilancia, y más alguien como él, primer portavoz en el Consejo y con influencia en todos los territorios. Aparecer en un poblado fronterizo era exponerse al morbo y al riesgo de un atentado.Reservé un privado en la parte trasera del restaurante. Pero apenas nos sentamos, Fernando irrumpió de golpe.Me sujetó de la muñeca.—Valeria, ¿te atreviste a venir a comer con él?Su voz resonó fuerte, cargada de furia.Fruncí el ceño y me solté de un tirón:—Fernando, ¿con qué derecho me controlas?Esta vez no me contuve. Saqué las garras y lo hice soltarme con
¿No decía Fernando que mi existencia estorbaba su “verdadero amor” con Mariana?Perfecto.Ese mismo día subí una foto a mi perfil en la red social.En la imagen, una mano masculina, grande y de nudillos marcados, sujetaba con firmeza mis dedos.Nuestras manos entrelazadas, los diez dedos apretados como si nada pudiera separarlos.El texto que la acompañaba eran solo una palabra: Hola.No habían pasado ni cinco minutos cuando los comentarios estallaron.—Esperen… ¿esa mano no es de Fernando?—¿Qué demonios estás haciendo? ¿Estás loca?—Borra eso ya, no busques problemas.De inmediato, la bola de compinches de Fernando salió en manada a atacarme, furiosos.Yo bebía agua mientras leía sus mensajes enloquecidos. La calma me sabía a gloria.—¿De verdad eres… Ignacio Cordero? —dejé a un lado el terminal y lo miré.El hombre llevaba gorra y cubrebocas, vestido entero de negro, como si quisiera borrarse de la vista ajena.Al escuchar mi pregunta, asintió apenas.Era un Alfa, sí, pero no despre
Asentí con frialdad hacia el Alfa y la Luna que estaban en la entrada.—Perdón, tengo otros asuntos. Me retiro primero.No esperé su respuesta y salí directo.Apenas caminé unos pasos, sentí que las fuerzas se me desvanecían. Me dejé caer en los escalones de piedra.La mejilla me ardía, los oídos zumbaban. El golpe de Fernando no había tenido piedad.Siempre fue igual: dispuesto a creerle a cualquiera, menos a mí.Mariana supo fingir. Desde la preparatoria vivía echándome la culpa de todo.Cuando la encontraban encerrada en un baño y yo corría a sacarla, ella se lanzaba a los brazos de Fernando para llorar:—Fue Valeria la que cerró la puerta.Y él… jamás me creyó.—¿Necesitas que te dé un aventón?La voz grave y contenida me sacó de los recuerdos.Levanté la vista. Bajo la luz de un farol estaba un hombre con abrigo gris oscuro.Tenía las facciones marcadas, el cabello castaño peinado con precisión. Imponía con solo estar ahí.Me quedé helada. Era él. El actual Alfa de la Ciudad Centr
Las respuestas a las solicitudes de empleo que envié empezaron a llegar.La que más me convenció fue de un grupo farmacéutico de la manada cernana, Manada Fuego, una gran empresa subordinada a la Ciudad Central.No tardé en concertar una entrevista.En mi vida pasada, imaginé cientos de veces tener un trabajo bien remunerado, pero nunca tuve la oportunidad real.Ahora, sentía una mezcla de nervios y emoción.Apenas estaba organizando mis ideas cuando sonó el teléfono.Era él.Dudé un instante antes de contestar.—¿Dónde estás? —preguntó Fernando con su voz habitual, fría y distante.Mi buen ánimo desapareció al instante.—¿Qué quieres?—Mis padres han regresado. Quieren que cenes con nosotros —su tono era rígido, sin margen para discusión.El cielo ya se teñía de noche cuando regresé a la mansión de la Manada Bravo.En la mesa estaban cuatro personas: Alfa, Luna, Fernando y Mariana.El ambiente era pesado, con sombras que marcaban cada rostro.Me senté con calma.Fernando me lanzó una
Último capítulo