Capítulo 7
Después de aquel día, el Alfa y la Luna me llamaron varias veces.

Su tono era amable, intentaban convencerme de volver a la Manada Bravo.

Yo lo rechacé sin dudar.

Ese lugar me costó toda la vida escapar de él, ¿cómo iba a regresar?

El día en que me encontré con Ignacio para comer, él llegó como siempre: discreto, vestido de negro, la visera de la gorra cubriéndole el rostro.

Lo entendía. El Alfa de la Ciudad Central siempre estaba bajo vigilancia, y más alguien como él, primer portavoz en el Consejo y con influencia en todos los territorios. Aparecer en un poblado fronterizo era exponerse al morbo y al riesgo de un atentado.

Reservé un privado en la parte trasera del restaurante. Pero apenas nos sentamos, Fernando irrumpió de golpe.

Me sujetó de la muñeca.

—Valeria, ¿te atreviste a venir a comer con él?

Su voz resonó fuerte, cargada de furia.

Fruncí el ceño y me solté de un tirón:

—Fernando, ¿con qué derecho me controlas?

Esta vez no me contuve. Saqué las garras y lo hice soltarme con
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