¿No decía Fernando que mi existencia estorbaba su “verdadero amor” con Mariana?
Perfecto.
Ese mismo día subí una foto a mi perfil en la red social.
En la imagen, una mano masculina, grande y de nudillos marcados, sujetaba con firmeza mis dedos.
Nuestras manos entrelazadas, los diez dedos apretados como si nada pudiera separarlos.
El texto que la acompañaba eran solo una palabra: Hola.
No habían pasado ni cinco minutos cuando los comentarios estallaron.
—Esperen… ¿esa mano no es de Fernando?
—¿Qué demonios estás haciendo? ¿Estás loca?
—Borra eso ya, no busques problemas.
De inmediato, la bola de compinches de Fernando salió en manada a atacarme, furiosos.
Yo bebía agua mientras leía sus mensajes enloquecidos. La calma me sabía a gloria.
—¿De verdad eres… Ignacio Cordero? —dejé a un lado el terminal y lo miré.
El hombre llevaba gorra y cubrebocas, vestido entero de negro, como si quisiera borrarse de la vista ajena.
Al escuchar mi pregunta, asintió apenas.
Era un Alfa, sí, pero no despre