Asentí con frialdad hacia el Alfa y la Luna que estaban en la entrada.
—Perdón, tengo otros asuntos. Me retiro primero.
No esperé su respuesta y salí directo.
Apenas caminé unos pasos, sentí que las fuerzas se me desvanecían. Me dejé caer en los escalones de piedra.
La mejilla me ardía, los oídos zumbaban. El golpe de Fernando no había tenido piedad.
Siempre fue igual: dispuesto a creerle a cualquiera, menos a mí.
Mariana supo fingir. Desde la preparatoria vivía echándome la culpa de todo.
Cuando la encontraban encerrada en un baño y yo corría a sacarla, ella se lanzaba a los brazos de Fernando para llorar:
—Fue Valeria la que cerró la puerta.
Y él… jamás me creyó.
—¿Necesitas que te dé un aventón?
La voz grave y contenida me sacó de los recuerdos.
Levanté la vista. Bajo la luz de un farol estaba un hombre con abrigo gris oscuro.
Tenía las facciones marcadas, el cabello castaño peinado con precisión. Imponía con solo estar ahí.
Me quedé helada. Era él. El actual Alfa de la Ciudad Centr