Capítulo 4
Las respuestas a las solicitudes de empleo que envié empezaron a llegar.

La que más me convenció fue de un grupo farmacéutico de la manada cernana, Manada Fuego, una gran empresa subordinada a la Ciudad Central.

No tardé en concertar una entrevista.

En mi vida pasada, imaginé cientos de veces tener un trabajo bien remunerado, pero nunca tuve la oportunidad real.

Ahora, sentía una mezcla de nervios y emoción.

Apenas estaba organizando mis ideas cuando sonó el teléfono.

Era él.

Dudé un instante antes de contestar.

—¿Dónde estás? —preguntó Fernando con su voz habitual, fría y distante.

Mi buen ánimo desapareció al instante.

—¿Qué quieres?

—Mis padres han regresado. Quieren que cenes con nosotros —su tono era rígido, sin margen para discusión.

El cielo ya se teñía de noche cuando regresé a la mansión de la Manada Bravo.

En la mesa estaban cuatro personas: Alfa, Luna, Fernando y Mariana.

El ambiente era pesado, con sombras que marcaban cada rostro.

Me senté con calma.

Fernando me lanzó una mirada y se levantó de inmediato, marchándose.

Mariana subió tras él, con una sonrisa de triunfo.

Yo permanecí indiferente, y dirigí una sonrisa cortés a Alfa.

En mi vida pasada, ellos siempre intercedían por mí, durante los días en que Fernando me torturaba.

Pero en aquel entonces, con Fernando como Alfa de la Manada, sus palabras no valían nada.

No los culpé; solo me culpé a mí misma por ser tan tonta y despertarme tan tarde.

—Señor Alfa, he reflexionado mucho —dije—.

—No estoy hecha para ser la próxima Luna de la Manada, él me odia, y yo estoy agotada. Seguir atados solo nos dañaría a ambos. Es mejor darnos libertad.

—No siempre hay que estar juntos solo por ser compañeros destinados.

Los ojos de Luna se humedecieron de inmediato.

—Valeria… ¿estás segura de no reconsiderarlo?

Asentí.

Era la decisión más clara desde que renací.

Subí a mi habitación a recoger las pertenencias que había dejado atrás. En la esquina, Mariana me bloqueó el paso.

Sus ojos estaban llorosos y su voz imploraba:

—Valeria, ¿puedes devolverme a Fernando?

—Estoy embarazada de él… un hijo no puede crecer sin su padre.

Una frialdad casi imperceptible apareció en la comisura de sus labios.

Di un paso atrás sin darme cuenta.

Al siguiente instante, me agarró la mano y la apoyó sobre su hombro, antes de caer violentamente hacia la escalera.

—¡Valeria!

—¡Ah! ¡Me duele! ¡Mi hijo!

Rodó escaleras abajo, y su vestido se manchó de sangre rápidamente.

Un grito rasgó el aire.

Fernando salió disparado desde el estudio, y al ver la escena, sus ojos se tiñeron de rojo.

Sin dudar, corrió hacia mí y me abofeteó con fuerza.

—¡¿Estás loca?! ¿Todavía te atreves a tocarla? ¡Incluso al hijo que no ha nacido no respetas!

—¡Eres una mujer venenosa!

Alfa y Luna llegaron al escuchar el alboroto, mientras Mariana lloraba desconsolada.

Fernando extendió la garra y me dio otra bofetada.

—¡Papá, mamá! ¡Miren! ¡Ella no merece ser la futura Luna!

Lo miré fijamente, señalando la cámara de seguridad.

—El que es puro, se muestra puro. Desde ahora, no seré la próxima Luna de la manada.

—Yo, Valeria Ortega, acepto tu rechazo, Fernando.
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