—Cómo... ¿Cómo me reconociste? —preguntó estupefacta, tragando saliva—. Me cuidé mucho para que nadie supiera quien soy.
El hombre se puso frente a ella poniéndole las manos sobre los hombros, mirándola con mucho cariño.
—Nena, si no querías que nadie te reconociera, no tendrías que haber escrito sobre nuestras travesuras de adolescentes. Tu personaje y su mejor amigo... hum... ¡soy yo!
Samantha contuvo el aliento, sorprendida y confundida, mientras él la observaba, con la misma picardía de aquellos años, pero con una mirada que ahora tenía algo más: alegría, pero a la vez, reproches.
—Dami... yo... no quise —dijo mirándolo con los ojos llenos de lágrimas.
El hombre la detuvo poniéndole el dedo índice sobre la boca y mirando hacia la puerta de la habitación donde estaba Javier —. Acá no, Samy. Vamos a otro lado, porque te pueden descubrir. Quiero saber porque desapareciste por tantos años ¡Y porque te escondiste hasta de mí!
—Dejame explicarte —le decía la joven, mientras el hombre la