Horas después, en el hotel...
Javier abrió lentamente sus ojos. Parpadeó ligeramente tratando de fijar su mirada en la habitación que estaba en penumbras.
—Ay... —se quejó entre suspiros, del dolor en sus muñecas—. ¿Qué carajo me pasó? ¿Dónde estoy?
Se sentó lentamente en la cama, mirando a su alrededor. De manera inconsciente se tocó cerca del hombro porque le ardía, como si tuviera una herida y ahí de repente; lo recordó todo:
La fiesta, la extraña mujer con máscara, la apasionada noche que habían pasado juntos.
Instintivamente, miró hacia el lado de la cama donde tendría que estar ella, sintió una enorme frustración al no encontrarla.
—¡Amelia! —gritó, con la voz ronca, buscando con desesperación.
Se levantó tambaleante, fue hasta el espejo y ahí la vio: la marca carmín en su cuello. Un beso que ardía como un sello de propiedad. Tocó el lugar con sus dedos, estremecido.
—Maldita hija de puta... —murmuró, entre ira y fascinación—. No te vas a escapar. Aunque me cueste la vida, te vo