Poco control.
—¿Por qué estás llorando, Dante?
La voz de Leila, la hija menor de Lorenzo, irrumpió en la tranquilidad de la noche. Dante, sentado en una banca alejada del bullicio de la fiesta, apenas levantó la vista. La celebración por la nueva pareja era un eco distante, amortiguado por el sonido de las olas rompiendo contra la orilla. Frente a él, el mar se extendía infinito bajo la breve noche, pero sus ojos azules estaban fijos en un punto inexistente, llenos de lágrimas que hablaban de enojo y dolor.
Al escuchar a Leila, Dante cerró los ojos con fuerza, tratando de contenerse. Pasó los dedos rápidamente por el borde de sus ojos, limpiándose como si eso borrara también su vulnerabilidad.
—Yo… Yo no estoy llorando, Leila—intentó decir con firmeza, pero su voz tembló.
—No parece, Dante —respondió ella con suavidad, ignorando su intento de disimular. Se sentó a su lado, cruzando las piernas con una gracia natural—. ¿Qué pasó? ¿Peleaste con la plástica de Nina?
Dante soltó una risa amarga. Era br