Brindis roto.
—¿Qué fuiste a hacer a la casa de Lorenzo? —preguntó Isabella, su voz cortante, mientras avanzaba hacia su madre, Valeria, que estaba sentada en la sala, cerca del jardín.

—Yo, nada, simplemente fui a hablar—respondió, evitando el contacto visual.

Isabella entrecerró los ojos, incrédula.

—No te creo nada, madre. Dime la verdad… ¿Fuiste a pedirle dinero?

—No, para nada. —Valeria respondió con firmeza, enderezándose en su asiento—. Primero muerta, antes que pedirle un peso, como una vagabunda.

—Entonces, ¿qué diablos fuiste a hacer a su casa?

Valeria suspiró, visiblemente irritada.

—Solo fui a hablar, Isabella.

—Sigo sin creerte nada.

—Ese es tu problema, Isabella. Y ya, por favor, deja el drama. Mejor dime tú… ¿Dónde estabas? Solo mírate, parece que hubieras llorado a mares.

Las palabras de su madre la hicieron callar. Isabella desvió la mirada y caminó hacia el espejo en la pared. Observó su reflejo y vio la evidencia del desgaste en sus ojos rojos y su expresión abatida. Tragó saliva
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