Perfume.
—Por Dios, Dante, ese perfume tuyo apesta. ¿Lo estás usando de ambientador o qué? —La voz de Leila irrumpió con desdén mientras subían al tercer piso.
El pasillo, silencioso y apenas iluminado por la luz cálida del atardecer, acentuaba el tono ácido de su comentario.
—Huele horrible.
—Huele… demasiado fuerte, a decir verdad — respondió Dante con el ceño fruncido, su andar desacelerándose al llegar frente a la puerta de su habitación, que, para su desconcierto, estaba entreabierta.
Él no la había dejado así. Se quedó quieto por un instante, observando la hendija de la puerta como si pudiera leer en ella una advertencia invisible.
—No entiendo…
—Lo que sea, Dante. Mejor ve a ver qué hiciste con ese perfume. Apesta —Leila giró los ojos, fastidiada, y sin esperar respuesta subió al siguiente piso.
—Baja la voz, Leila. Sabes que no huele mal — masculló él con una sonrisa ladeada—. Berrinchuda…
Ella ya no estaba para escucharlo.
El silencio volvió, denso. Dante dejó escapar un suspiro ante