Nota.

Dante estaba tirado en la cama, los brazos cruzados detrás de la cabeza, con la mirada fija en el techo agrietado. Las imágenes de la mañana en el gimnasio seguían repitiéndose una y otra vez como una maldita película sin pausa. Había intentado todo para no pensar, no sentir… no recordar. Pero nada funcionaba. La habitación era su única barrera contra el caos del mundo exterior, aunque ni siquiera ahí se sentía a salvo.

Vivir en la mansión de su tío había parecido, al principio, una salida fácil. Una vía de escape. Ahora era una prisión con paredes de oro. Y Dante no sabía cómo encontrar la salida sin desmoronarse en el intento.

Suspiró, tratando de obligarse a calmar su respiración. Fue entonces cuando su celular vibró sobre el nochero, interrumpiendo la falsa calma. Lo tomó con desgano, ya imaginando quién podía ser. Nina.

Lo abrió sin intención de responder. Solo leyó:

Estoy harta de llamarte y que no me contestes, Dante. Sé que fui yo quien terminó todo. Tal vez lo hice porque no
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