Muriendo...

—Como consecuencia de esta unión y para que todo ello dure, los casados deben guardarse amor, lealtad, compañía y, sobre todo, mucha fidelidad…

La voz solemne del sacerdote flotaba en el aire nocturno, mezclándose con el murmullo lejano de los invitados. El jardín estaba iluminado por una infinidad de luces colgantes, creando un ambiente casi irreal.

Isabella y Lorenzo permanecían en el altar improvisado, viéndose el uno al otro, pero sin decirse nada. Sus ojos hablaban en un idioma silencioso que solo ellos entendían.

Las cámaras parpadeaban sin cesar, capturando cada instante. La noche había alcanzado su punto álgido, y la tensión, aunque invisible, se sentía en cada rincón.

El sacerdote se volvió hacia Isabella con una expresión serena.

—Señorita Velarde…

—¿Sí? —su voz sonó como un eco lejano.

—¿Acepta por esposo al señor Lorenzo Santoro, para amarlo, respetarlo, cuidarlo y estar con él hasta que la muerte los separe?

El viento cobró fuerza en ese instante, sacudiendo los árboles c
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