La finca se despertó envuelta en una bruma densa, como si la niebla hubiera decidido quedarse pegada al suelo y a las ventanas, negándose a disolverse con el sol. El canto de los pájaros sonaba más lejano, amortiguado por la humedad del amanecer, y los árboles parecían figuras borrosas que observaban en silencio.
Elena preparaba el desayuno en silencio, revolviendo la leche tibia para Matías mientras el café goteaba lentamente. El reloj de la cocina marcaba las 7:12, y Alejandro aún no había bajado. Matías, por su parte, estaba sentado en el suelo del salón, jugando con sus bloques de construcción... aunque la palabra jugando no parecía la más adecuada.Desde hacía tres días, algo en él había cambiado. Ya no reía con facilidad. Sus ojos -siempre curiosos, siempre llenos de luz- se veían apagados. Había empezado a hablar m