La caja estaba allí cuando Sophia volvió del supermercado, apoyada con una delicadeza casi ritual frente a la puerta de su departamento.
El envoltorio era sobrio: papel madera, cuerda fina, sin etiqueta visible. Sólo un pequeño sobre blanco adherido en la parte superior, con su nombre escrito a mano y el remitente.
Sophia abrió la puerta usando el codo, abrazada a las bolsas de compra. Rex se acercó moviendo la cola, saltando con su única pata trasera y masticando su pelota. Observando como su cuidadora dejaba las bolsas en el suelo y recogía la caja, seguía esperando la caricia de bienvenida. Sophia sintió el peso compacto y denso de aquel paquete tan misterioso, como si dentro hubiera algo mucho más importante que un simple presente.
Unas rápidas palmaditas en la cabeza de su mascota y depositó la caja en el sofá.
Se sentó en el mueble, y fue desatando el hilo con cuidado mientras en su cabeza se arremolinaban las preguntas. El papel crujió como hojas secas en otoño.
Dentro, acomoda