El perdón

Charles ingresó al hospital, caminando fuerte y seguro de sí mismo. Luciendo su traje gris y su ceño fruncido.

Y por detrás del abogado, como un séquito aparte, hacían su entrada John y Vivian. La mujer al ver a su hija fue corriendo hacia ella. John hizo lo mismo.

—Hermana… —lloriqueó John al ver a Sophia en ese estado—. ¿Estás bien?

—Pero ¿qué te hizo ese maldito? —lloriqueó Vivian al ver a su hija tan golpeada.

—¡Quién es usted para darle órdenes a mi cliente! —le gritó la abogada de Helena a Charles.

Sophia miró a su padre, expectante. Pues sabía que si había algo que él no toleraba era la bravuconería de los recién graduados.

—Primero que se te seque la tinta del título universitario, mocosa atrevida. Porque te faltan treinta y cinco años de ejercicio de la profesión para que me grites así —gruñó Charles—. Y segundo, soy Charles Milstein. Abogado de Thomas Sclavi. Y padre de esta señorita —miró a Sophia—. Y tengo aquí la orden judicial que prohíbe expresamente el acercamiento de
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