La furia de los justos

El silencio que siguió al golpe fue más brutal que el propio impacto. Un segundo detenido en el tiempo. Como si el mundo contuviera el aliento.

La mano de Sophia quedó flotando en el aire un instante antes de caer pesadamente al barro. Su cuerpo, frágil y ensangrentado, se desplomó sobre el de Thomas, como un escudo humano vencido. Como el cuerpo de una mariposa sin alas, luego de haber peleado contra un huracán y haber vencido.

El barro la recibió con la indiferencia de quien ya ha sido manchado con demasiada sangre y demasiada historia. Su blusa era ya un trapo inservible, lleno de barro y plasma. Su nariz sangraba, sí, pero era algo más lo que se había roto: la idea de que aún quedaba un límite que Gabriel no cruzaría.

Se sostenía la cara con una mano temblorosa. La sangre le brotaba feroz, dibujando un hilo oscuro sobre su piel pálida. Sus ojos estaban abiertos, pero empañados. No lloraba. Ya no. Llorar era para quienes aún tenían algo que perder. Y ella había ganado. Habían ganad
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