Helena, luciendo ese atuendo de entrecasa y prácticamente despeinada, se corrió un mechón de la cara y observó a Thomas con una promesa de venganza en sus ojos.
«Si yo caigo, te arrastro conmigo», la promesa de Helena se reprodujo en la mente de Thomas. El rugbier inspiró continuamente y contuvo la respiración.
El abogado de Gabriel, Jona Hilton, se acercó al estrado con una carpeta en la mano y una sonrisa profesional en el rostro.
—Señora Billis, gracias por estar aquí. Sé que esto no es fácil, pero su testimonio es crucial para esclarecer ciertos aspectos de este caso. Comenzamos con algo sencillo. ¿Conoce al señor Thomas Sclavi?
—Sí —aseguró.
—¿Puede contar cómo lo conoció? —preguntó el abogado.
—Nos conocimos por un amigo en común. Hace doce años, exactamente.
—¿Tiene algún tipo de relación con él?
—No. Ninguna. Actualmente ninguna. Sólo es el padre de mi hijo. Con él no se puede tener ningún tipo de relación.
El abogado miró a Thomas, tratando de buscar una reacción en él.
—¿“Só