Elisa Reed no nació en la opulencia, aunque su nombre terminaría figurando en las listas de las mentes más brillantes de Silicon Valley. Su historia comenzó en una pequeña casa de madera en las afueras de Seattle, donde el cielo siempre es de un gris nostálgico y el olor a lluvia es la banda sonora de la infancia. Desde muy pequeña, Elisa fue una niña de una curiosidad voraz. Mientras otras niñas pedían muñecas, ella pedía viejas calculadoras y radios descompuestas para entender cómo "pensaban" las máquinas por dentro.
Su padre, un profesor de matemáticas de secundaria, y su madre, una bibliotecaria amante de la poesía, cultivaron en ella una mezcla inusual: la lógica implacable de los algoritmos y la sensibilidad profunda de las artes. Sin embargo, sobre la familia Reed siempre flotó una sombra invisible. Elisa recordaba los susurros en la cocina, las visitas frecuentes al hospital para ver a tíos y primos que "se cansaban demasiado pronto". Su linaje era una paradoja; poseían mentes