Mundo ficciónIniciar sesiónEl reloj dio las 8:00 A. M. y el ambiente en el penthouse de Alex no era el de una sesión terapéutica. Era el preludio de un asalto.
Camila llegó puntual, vestida con un traje de pantalón gris, su armadura profesional. Alex la esperaba, no en la sala, sino en el ventanal, contemplando el skyline. Llevaba unos vaqueros oscuros y una t-shirt negra, ropa que gritaba abandono. La transformación del CEO pulcro a un hombre al borde del colapso era casi completa.
—He preparado mi renuncia —dijo Camila, poniendo un sobre blanco y grueso sobre la mesa de café.
—No la acepte —respondió Alex, sin volverse.
—Alex, ayer cruzamos una línea. Usted me besó. Yo correspondí.
—Usted me obligó a confesar su prohibición y yo pagué el precio de mi sacrificio —dijo Alex, girándose. Su mirada era una mezcla de furia controlada y una necesidad desesperada—. El contrato de igualdad se ha cumplido.
Justo en ese momento, el timbre de la puerta principal resonó. No era la limpieza. Era un golpe autoritario.
Alex sonrió, una expresión fría y sin humor.
—Llegó la junta. Julian no esperó a mañana.
Alex no se movió para abrir. El intercomunicador brilló. Él lo ignoró.
—Vienen por el voto de incapacidad —explicó, acercándose a Camila—. Creen que mi retraso en el swap de capital fue un acto de locura. El diagnóstico de "alto riesgo de colapso" es su arma legal.
—Tiene que abrirles la puerta, Alex. Tiene que demostrar que está estable.
—¿Y usted me va a diagnosticar estable? ¿Después de lo que pasó ayer? ¿Después de confesar que mi trauma me excita y que su ética está comprometida?
Alex agarró el sobre de la renuncia de Camila y lo rasgó por la mitad.
—No vamos a jugar a su juego.
De repente, Alex se movió rápido. Abrió un armario oculto en la pared, revelando una pequeña maleta de viaje de cuero negro ya empacada.
—¿Qué está haciendo? —preguntó Camila, sintiendo cómo el pánico le helaba la sangre.
—Estoy aplicando la única terapia que funciona para el pánico de control: la eliminación total de la variable.
Alex tomó su brazo con una firmeza que no aceptaba debate.
—Nos vamos. Ahora.
La puerta del penthouse comenzó a ser golpeada con más violencia.
—¡Alexander, sabemos que estás ahí! ¡Abre la puerta o llamamos a seguridad! —gritó la voz de Julian.
—Esta es una crisis de anclaje, Doctora Ríos —susurró Alex, tirando de ella hacia una puerta de servicio que daba al elevador privado—. Si me quedo, colapso. Si colapso, Julian gana. Si Julian gana, usted queda expuesta por su transgresión, y él hunde la fusión.
—¡Esto es un secuestro! —protestó Camila, tratando de soltarse.
—Es una sesión de campo obligatoria. Usted me obligó a priorizar mi vida sobre la empresa. Ahora, yo la obligo a priorizar mi sanación sobre su oficina. Es nuestro contrato de igualdad.
Alex la arrastró hasta el elevador. Marcó el piso del garaje. Mientras bajaban, el sonido de los golpes se hizo distante.
—¿A dónde vamos, Alex?
—A un lugar donde las paredes no tienen ojos y donde el dinero no puede tocarme. A un lugar donde solo hay una regla: la Regla de la Conexión.
El elevador se abrió en un garaje subterráneo oscuro. Un SUV blindado esperaba con el motor en marcha. El conductor, un hombre alto y discreto, abrió la puerta trasera sin hacer preguntas.
Camila se sentó, respirando rápidamente, el sobre de su renuncia rasgado en el suelo del elevador.
—Esto es insano, Alex. Va a perder su empresa.
Alex se sentó a su lado, cerrando la puerta con un clic definitivo.
—La perderé temporalmente. Esto es mi sacrificio final para la terapia. Si tengo que perder el control de la empresa para ganar el control sobre mi mente, lo haré. Pero Julian no podrá matarla.
—¿Matarla? ¿A la empresa?
—Si no estoy allí, Julian y el resto de los socios, sin un líder claro, se devorarán unos a otros y la fusión fracasará espectacularmente. Ellos crearon el caos de mi vida. Ahora, yo les doy un caos que no pueden controlar.
—Usted está usando la empresa como un ancla de sustitución para su rabia.
—Y usted está usando la prohibición como un ancla de sustitución para su deseo. Estamos a mano, Camila.
El SUV salió del garaje a toda velocidad.
Después de un viaje de una hora en completo silencio, llegaron a los Everglades, al borde de la costa. No era una cabaña, sino un lujoso yate de alto rendimiento amarrado en un muelle privado y desierto.
Alex y Camila subieron a bordo. El interior era minimalista: blanco, acero y caoba, pero con una diferencia clave: no había cobertura de celular.
—Bienvenida a nuestro santuario, Doctora Ríos —dijo Alex, sintiendo el balanceo suave de la embarcación bajo sus pies—. Aquí no hay juntas, no hay Julian, no hay notas de la Kinsey. Solo el océano, el trauma... y usted.
Camila se dirigió al camarote principal, buscando cualquier señal de una línea terrestre, pero no había ninguna. Estaban realmente aislados.
—Esto no es profesional.
—Profesional es lo que nos rompió. Ahora, ¿quiere hablar de mi trauma o de su deseo? Porque en esta Regla de la Conexión, no podemos tener uno sin el otro.
Alex se acercó, la luz del sol brillando a través de las escotillas. Él se detuvo a la distancia justa, respetando el ultimátum de ella, pero llenando el espacio con su presencia.
—Usted me preguntó qué me excitaba más que el control, Camila. El momento en que me besó, sabiendo que arriesgaba su carrera. Eso es lo que me excita.
Camila cerró los ojos y se apoyó contra la pared. Se sentía mareada, no por el yate, sino por la realidad de su transgresión.
—Usted planeó esto desde el principio. Usted quería forzar el colapso para obligarme a un escenario sin reglas.
—Usted planeó el "Caballo de Troya" desde el principio para forzar mi vulnerabilidad. Sí, Camila. Planeamos el mismo caos. Ahora, ¿lo abordamos como profesionales o como cómplices?
Ella se giró para mirarlo, sus ojos marrones firmes, pero con un fuego contenido.
—Como cómplices. Pero la terapia continúa.
—No lo dudo —dijo Alex, su voz ronca—. Ahora, como ejercicio de anclaje, necesito que me cuente exactamente lo que sintió al romper su promesa profesional. No como terapeuta, sino como mujer.
Camila dudó, sintiendo el yate balancearse. La intensidad del momento era una locura.
—Sentí... una liberación. La prohibición es la última frontera del control. Y al romperla, siento que no me queda nada más que perder.
Alex asintió. Se acercó un paso más.
—Bien. Ahora, Doctora, dígame: ¿Cuál es el precio de esa liberación?
—El precio... —murmuró Camila, su voz apenas un susurro—, es que me tiene. Y que usted no tiene ni idea de lo que soy capaz de hacer.
Alex le tomó el rostro con ambas manos, justo como ella lo había hecho antes de besarlo. Pero esta vez, su toque era de absoluta posesión.
—Entonces, déjeme ver de lo que es capaz, Camila.
No hubo beso. Esta vez, fue un roce lento y deliberado de su pulgar sobre su labio inferior. Una caricia que era una orden, una promesa.
Camila se apartó, su respiración agitada.
—Volvamos a la empresa, Alex. El caos que ha creado es una catástrofe.
—¿Y quiere que vuelva?
—Sí. La empresa es su vida, Alex. Y es el único sacrificio que realmente le importa. No puede dejar que Julian la destruya. Demuéstreles que mi terapia ha funcionado: que un hombre que ha perdido el control puede recuperarlo.
Alex caminó hacia la cubierta, sintiendo el viento salado. Miró hacia la costa, donde la ciudad de Miami se alzaba, un monumento a su poder y su trauma.
—Si vuelvo, ¿qué gano, Camila?
—Usted vuelve a tomar el control de su vida. Y yo... yo me quedo a su lado. El precio de mi ancla es que usted gane.
Alex cerró los ojos. Entendió la profundidad del trato. Ella estaba dispuesta a destruir su propia ética para reconstruirlo.
—Necesito tiempo. Setenta y dos horas, sin contacto, sin terapia, solo el océano. El lunes, volveremos. Y Julian Reed pagará por esto.
—El lunes —repitió Camila, con una determinación renovada—. El lunes, Alex, usted no solo recuperará su empresa. La usará como su arma.
El yate se hizo a la mar. Se dirigieron a las profundidades del Atlántico, dejando atrás el mundo, la ley y la ética. El yate, el "santurario de aislamiento", era ahora su prisión, su terapia, su lugar de placer, todo por setenta y dos horas antes de enfrentar la realidad.







