Capítulo 7 - El Beso

La mañana comenzó con un ruido sordo, el sonido de la caída de un imperio.

A las 8:00 A. M., Camila estaba en la sala de estar de Alex, tomando una taza de café negro, cuando el teléfono de Alex vibró con una furia incesante. Alex estaba de pie junto al ventanal, con la mandíbula tensa.

—Acabo de enviar el correo electrónico a Julian Reed —informó Alex, sin mirarla—. El swap de capital se retrasa setenta y dos horas. Mi sacrificio está hecho.

Apenas terminó de hablar, la puerta del penthouse se abrió con violencia, sin esperar la respuesta de la señora de la limpieza.

Julian Reed entró como un huracán, con el rostro rojo y una carpeta de documentos arrugada en la mano.

—¡Alexander! ¿Qué diablos significa este correo electrónico? ¡Estás hundiendo la fusión!

Alex, por primera vez, no reaccionó con furia. Se mantuvo en calma, aunque su cuerpo irradiaba peligro.

—Significa que tomé una decisión ejecutiva, Julian. Necesitamos revisar la cláusula de riesgo.

—¡No hay tiempo para revisiones! ¡Sterling Capital se retirará! ¡Y tú serás el responsable!

Julian, al levantar la vista, notó la presencia de Camila. Su furia se transformó en una condescendencia helada.

—Doctora Ríos. ¿Es usted consciente de que este... retraso... pone en riesgo el patrimonio de todos los socios? ¿Es esta su "terapia de anclaje"? ¿El sabotaje corporativo?

Camila se levantó con gracia y enfrentó a Julian con una compostura imperturbable.

—Mi terapia está diseñada para priorizar la estabilidad psicológica de mi paciente sobre las presiones financieras. El miedo a perder el control ha sido la causa de sus colapsos, Sr. Reed. Esto es una prueba de fuego.

—Es un suicidio financiero.

—Es un sacrificio —intervino Alex, acercándose a Julian—. Julian, regresa a la oficina. Y dile a la junta que mi salud mental es una inversión a largo plazo.

—Estás loco, Alex. Estás completamente bajo su control. Mañana mismo convocaré el voto de incapacidad.

Julian se marchó, azotando la puerta. El silencio que quedó fue pesado, no por la rabia, sino por las consecuencias. Alex había cumplido.

—Felicidades, Alex —dijo Camila, acercándose lentamente—. Ha superado la prueba. Ha priorizado su vida sobre su empresa.

—No se confunda, Doctora. No prioricé mi vida. Prioricé su revelación. El precio de mi sacrificio es su verdad.

Alex extendió la mano.

—El cuaderno, Camila.

Camila sintió un nudo en el estómago. Sabía que esta era la prueba de fuego de su propia ética. Ella había provocado el escenario del chantaje. Ahora tenía que pagar.

Abrió su portafolio, sacó la libreta de cuero negro que él ya conocía. La abrió en una página marcada.

—Esto es lo que usted pidió. Mis anotaciones privadas que cruzan la línea entre lo clínico y lo... personal.

Alex tomó el cuaderno. Lo sostuvo en sus manos por un momento, sintiendo el peso de la tinta y el papel. Luego, sus ojos se posaron en la caligrafía pulcra de Camila.

Ella había escrito una serie de observaciones, etiquetadas como "Hipótesis de Transferencia A.B."

Alex leyó en voz baja, las palabras de Camila resonando en el silencio:

1. Su necesidad de dominio en la intimidad (Kinsey 0) no es por placer, sino por la repetición del control perdido sobre el accidente. Es un mecanismo de evitación.

2. La barba de dos días, el olor a cedro y la tensión de sus hombros cuando se niega a obedecer una orden simple... (pausa)... tienen una correlación directa con la sensación de peligro y la atracción hacia lo prohibido.

3. Caballo de Troya: Preguntar por la Kinsey y la dinámica de sumisión en su matrimonio fue la clave. Su deseo de besarme no era por mí; era por anclarse a una figura de poder que no se somete. La dominación es su trauma, no su libido.

Alex levantó la mirada, sus ojos grises eran ahora profundos y penetrantes.

—¿Y el punto cuatro, Camila?

Camila tragó saliva. El punto cuatro era la línea más delgada, la que revelaba su propia transgresión.

—El punto cuatro es...

—Léamelo usted —ordenó Alex, su voz baja y autoritaria, el tono de CEO regresando con una intensidad íntima.

Camila se obligó a recuperar la voz.

—El punto cuatro dice: '4. Su vulnerabilidad después de la regresión y el desafío erótico constante me recuerdan la emoción de la prohibición. La fantasía de ser la única mujer que puede verlo roto y no huir. Riesgo para la terapeuta: Atracción no controlada.

El aire se había ido de la habitación. Alex estaba inmóvil, procesando la confesión.

—Atracción no controlada —repitió Alex, saboreando las palabras—. Ese es el premio.

Dejó el cuaderno caer sobre el sofá. El ruido fue suave, pero definitivo.

—Usted me ha dicho, Camila, que el placer conmigo es prohibido, y que esa prohibición es lo que me ancla.

—Sí. Es la verdad clínica.

—Y usted acaba de confesar que la prohibición es lo que la excita a usted.

Alex dio un paso hacia ella. Ya no había distancia. Ya no había CEO ni psicóloga. Solo dos personas, envueltas en la verdad confesada de una atracción mutua y profesionalmente ilegal.

—La terapia ha terminado por hoy —dijo Camila, su respiración superficial.

—No. La terapia acaba de comenzar —replicó Alex.

Él estaba tan cerca que ella podía sentir el calor irradiando de su piel y el olor a cedro que siempre lo acompañaba.

—Usted ha sacrificado su empresa, Alex. Yo he sacrificado mi ética. Ya no hay contrato.

—El contrato se reescribió anoche, Camila. Es un contrato de igualdad. Usted es la única persona en el mundo que me ha ordenado obedecer. Yo soy la única persona que la ha obligado a confesar.

Alex extendió lentamente una mano y tocó la línea de su cuello, justo donde late el pulso. Su toque fue inesperado, pero no agresivo. Fue una caricia de dominio, suave, pero ineludible.

Camila cerró los ojos por un instante. La piel de su cuello era extremadamente sensible. La adrenalina se disparó.

—No toque... —murmuró Camila.

—Usted me preguntó si mi patrón de control que mató a Isabella era el mismo que me excitaba —susurró Alex, su rostro a centímetros del de ella—. La respuesta, Camila, es: sí.

Él inclinó la cabeza, su intención ya no era una pregunta, sino una afirmación. Ella sintió su aliento sobre sus labios.

Camila: Si lo beso, todo termina.

Alex: Si no me besa, no hay nada que ganar.

Él no la besó. No necesitaba hacerlo. El control era de él ahora.

Camila abrió los ojos. La desesperación y la verdad se encontraron en su mirada. Ella era una experta en trauma, entrenada para no romperse. Pero este hombre era su debilidad.

Fue Camila quien finalmente cedió. Ella tomó el rostro de Alex entre sus manos, sus dedos firmes y decididos. No era un beso de pasión, sino de anclaje mutuo. Un acto de necesidad desesperada.

Sus labios se unieron en un silencio violento, un choque de fronteras que se derrumbaban. El control de Alex se disolvió en la rendición. El control de Camila se evaporó en el deseo. Era una confirmación ardiente de la atracción prohibida que ella había confesado en su propio cuaderno.

El beso fue crudo, un acto de desesperación. Cuando finalmente se separaron, ambos estaban jadeando, la electricidad en el aire era tan densa que casi podían tocarla.

Alex la miró, sus ojos grises llenos de triunfo y una extraña ternura.

—Ahora, Doctora Ríos. El sacrificio tiene un premio.

Camila recuperó su postura, empujándolo suavemente hacia atrás, aunque su corazón latía con furia contra sus costillas. La culpa era instantánea y abrumadora.

—Esto fue una transgresión profesional —dijo Camila, su voz temblando por la emoción.

—Fue una conexión humana —corrigió Alex—. La misma conexión que me ordenó buscar para sanar.

Camila tomó el cuaderno del sofá, su mano temblando visiblemente.

—El acuerdo termina aquí. He cruzado la línea, Alex. Esto es causal de despido y de revocación de mi licencia.

—Usted no puede renunciar, Camila. Usted está bajo contrato con la junta. Y si renuncia, el voto de incapacidad se ejecuta mañana.

Alex se acercó, la voz más suave, casi suplicante.

—Quédese, Camila. Quédese como mi terapeuta. Y sea mi ancla. Mi amante. Lo que sea que necesite para no hundirme.

—Yo no soy su ancla, Alex. Yo soy su destrucción.

Camila se puso el portafolio bajo el brazo. Era un error. Un error ético monumental, pero el sabor del beso de Alex era la única realidad que su cuerpo podía procesar.

—Mañana a las 8:00 A. M. —dijo Camila, sus ojos fijos en los de él, en una lucha final por el control—. La sesión es aquí. Pero si vuelve a tocarme, tendrá que encontrar un nuevo terapeuta.

Ella salió del penthouse sin esperar respuesta. Dejó a Alex solo, de nuevo, en su mausoleo de mármol.

Alex se acercó al sofá, recogió el cuaderno y lo besó, justo donde había estado su confesión.

—Mañana a las 8:00 A. M. —susurró, una promesa oscura—. Te espero, Doctora Ríos.

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