Maribel no durmió esa noche.
Se acostó con la intención de descansar, pero cada vez que cerraba los ojos, la escena en el restaurante se repetía como una película cruel: el rostro de Pedro Juan al ver la revista, su mentira descarada, su propuesta vacía… y su propio corazón sintiéndose traicionado una vez más.
Había prometido no volver a ser vulnerable.
Y aunque la herida estaba abierta, no iba a dejar que sangrara por días. Se permitió llorar en silencio una sola vez, tumbada en el sofá, con las piernas recogidas y la cara empapada. Pero cuando el reloj marcó las 3:00 a.m., se levantó, se miró al espejo, y se dijo:
—Un día de duelo. Solo uno. Después, la vida sigue. Yo sigo.
Fue al baño, se lavó el rostro, se preparó un café fuerte y encendió la computadora portátil.
Tenía más de cien correos sin leer. Entre ellos, varios mensajes de felicitación por la graduación inminente, otros con ofertas y felicitaciones por su desempeño académico… y algunos, muy puntuales, con títulos que le pr