La semana había sido una tormenta de exámenes, libros subrayados, cafés fríos y lecturas interminables. Maribel apenas había dormido, y cuando lo hacía, soñaba con códigos civiles que se mezclaban con cuerpos desnudos, con miradas azules que la perseguían y con una silueta enmascarada que bailaba en un escenario de luces rojas.
Pedro Juan no había dejado de escribirle. Mensajes breves, cargados de deseo y frustración. A veces dulces. A veces desesperados. Pero ella se mantuvo firme. Si bien su cuerpo lo extrañaba, su mente estaba decidida: no iba a ceder. Tenía que estudiar. Tenía que graduarse. Tenía que aprobar el examen de la barra.
Tenía que dejar de pensar en si Reina era quien creía.
Y tenía que dejar de imaginar cómo sería si Pedro Juan la mirara más allá del deseo.
Pero él no lo hacía. No aún. Y ella no pensaba rogar.
El jueves por la noche, volvió al club. La música, las luces, los espejos y el olor a perfume y licor la recibieron como una vieja amante. Era su noche de libera