18. ¿Qué es esto?
La casa parecía tener una magia para hacer que los colores abandonaran todo el lugar. Dante se desplazaba con su silla, dirigiéndose por uno de los pasillos cercanos. Edward se soltó de mi mano, acercándose hacia su padre, quien se detuvo.
En su mirada no había el “padre desesperado” que peleaba a diestra y siniestra en la corte por tenerlo. Había un caparazón; sus ojos coloridos se oscurecieron a una intensidad que competía con la oscuridad de la casa.
—Papi, ¿podemos jugar?
Su rostro se desvió de manera casi teatral hacia donde me encontraba. Su voz, áspera y fría como la casa, rompió el silencio entre nosotros:
—Llévate a Edward. Sus maletas están arriba. Encuentren sus habitaciones y no me molesten —sus ojos se posaron en Edward intentando disimular un pequeño aire de molestia—. Los tutores de mi hijo llegarán mañana; no salgan a menos que les dé permiso.
Sin decir nada más, comenzó a rodar su silla. Edward, sin comprender lo que estaba pasando, se acercó a mí tomando mi mano.