19. Nuestro hijo
El aire comenzaba a escurrirse entre nuestras miradas. Él, con un aire imponente y posesivo, miró a Mattia, quien solo desvió la mirada con ligereza. Dante no necesitaba acercarse para provocar que todo su alrededor se congelara. Con una mueca teatral se acomodó en su silla mirando de manera gélida a Mattia, pronunciando con una voz cortante:

—Vattene immediatamente, prima che licenzi anche tuo zio (Vete ahora mismo antes de que despida también a tu tío).

Mattia solo asintió. Dejó las bolsas que tenía en el suelo y, tras esto, sin decir nada más ni mirarme, solo salió de la sala. Dante miraba las bolsas que había cargado Mattia de una manera tan asqueada como si pudiera incinerarlas con su mirada. Levantó la vista hacia mí con una sensación inquisidora, como si buscara algo diferente en mí. Su mano derecha apretaba el brazo de su silla de ruedas y, con voz espectral, decía:

—¿Dónde estaban? —su tono se volvió visceral—. No, la pregunta es: ¿por qué saliste con alguien más? ¡Con otro
J.M.Rose

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