Leonardo
La mansión Santoro se alzaba imponente bajo el cielo gris de aquella tarde. Leonardo observaba a través del ventanal de su despacho cómo las nubes se arremolinaban, presagiando una tormenta que parecía reflejar perfectamente la tempestad que se agitaba en su interior. El whisky en su vaso apenas había sido tocado, pero lo sostenía con fuerza, como si fuera un ancla a la realidad.
El sonido de tacones sobre el mármol lo sacó de su ensimismamiento. No necesitaba girarse para saber quién era.
—Leonardo, ¿me llamaste? —la voz de Eleonora Santoro, siempre firme y elegante, resonó en la habitación.
Él se giró lentamente, estudiando a la mujer que le había dado la vida. Impecablemente vestida, como siempre, con aquel aire aristocrático que nunca abandonaba. Su madre, la arquitecta de tantas decisiones en su vida.
—Siéntate, madre —dijo con una calma que no sentía—. Necesito que me expliques algo.
Eleonora tomó asiento con gracia estudiada, cruzando las piernas y manteniendo la espal